XXX Jornadas AEN/XXVII Jornadas AMSM “Seguir con el futuro” 6, 7 y 8 de junio 2024

Aquí tenéis disponible el programa de las XXX Jornadas Estatales de la AEN y las XXVII Jornadas de la AMSM “Seguir con el futuro” que tendrán lugar los próximos 6, 7 y 8 de junio en Madrid (ojo, en dos sedes)

Figuras internacionales como Sami Timimi, Christophe Dejours, Giovana del Giudice, John Read o Alessandra Oretti y de nuestro contexto como Fernando Colina, Rafael Huertas, Maribel Araujo, Olga Villasante y un largo etécera se darán cita para debatir acerca de los retos más importantes en este primer centenario de la AEN así como los próximos años.

Podéis acceder al programa completo aquí

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JUEVES 6 DE JUNIO Salón de actos de la sede de la Unión General de Trabajadores (UGT). Avenida de América 25, Madrid.

8:30 Entrega de documentación y teletraducción

9:15 conferencia inaugural. CHRISTOPHE DEJOURS:
“La degradación de las relaciones entre trabajo y salud mental en el siglo XXI: los porqués” Continue reading

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Notas sobre vínculo político e individualismo. BOLETÍN N50 primavera 2024

NOTAS SOBRE VÍNCULO POLÍTICO E INDIVIDUALISMO[1]

 

Clara Navarro Ruiz[2]

Universidad Complutense de Madrid

claranavarro@ucm.es

 

La preocupación por la propagación del individualismo y la soledad está presente en cada vez más sectores de nuestra sociedad. Nadie pone en duda que este es un problema con diferentes causas y condicionantes, algo que invita a verlo desde diversas disciplinas. Aunque no estoy muy segura de que la mía –la filosofía– sea la más adecuada para ofrecer una respuesta satisfactoria, me gustaría pensar que estas líneas harán posible, por lo menos, plantear mejores preguntas. Las que, de entrada, nos abordan al acercarnos a la creciente soledad del individuo son, sin duda, el por qué y el cómo: por qué miramos cada vez más solo a nuestro propio ombligo y cómo ha sido posible que suceda[3].

La respuesta, ya lo he dicho, puede abordarse de diferentes maneras (y ni siquiera tienen que tener necesariamente forma escrita y/o teórica). Mi humilde propuesta es hacer ver que el individualismo, lejos de ser un mero fenómeno cultural, es una característica inherente a nuestra tradición de pensamiento (donde “nuestra” se refiere a la tradición de pensamiento occidental). Por todo ello, en este escrito me gustaría hacer ver cómo el individuo ha sido el protagonista central a la hora de pensar el sujeto y la vinculación política a partir de la modernidad en Occidente, así como algunas de las consecuencias que posee la prevalencia del individuo en el capitalismo contemporáneo. Esto, que suena muy rimbombante, lo voy a hacer partiendo de uno de los pensadores más influyentes de la teoría política moderna, Hobbes (también mencionaré a Locke, pero muy brevemente) y tras ello, señalaré la presencia de sus teorías en ciertas concepciones del individuo del siglo XIX. Después, veremos una de las traducciones contemporáneas de este individuo moderno en el contexto contemporáneo, centrándonos en el ámbito de las emociones: la obra de Eva Illouz será aquí fundamental. Por último, para terminar con una nota positiva, daremos cuenta de algunas de las respuestas que algunas teorías críticas están realizando a este paradigma para pensar un mundo diferente.

Comencemos pues hablando de uno de los filósofos más importantes de la filosofía política moderna y contemporánea, Thomas Hobbes. Este autor inglés es considerado uno de los primeros pensadores de la soberanía y su trabajo ayudó a sentar las bases teóricas de la forma política secular, es decir, aquella forma de gobierno que (en contraposición a las teorías propias de la filosofía política medieval) comenzó a pensar el campo de lo político y lo estatal al margen de fundamentaciones religiosas, desligadas de consideraciones éticas. En esta época, por tanto, lo político se empezó a considerar de forma independiente, esto es, como un ámbito de la realidad que se distingue de otras facetas de la vida.

En este intento de pensar de una nueva manera el campo de lo político, en la época moderna fue muy habitual apelar a la naturaleza humana y su esencia para fundamentar lo que debía ser el compromiso político. En relación con esto, es muy corriente encontrar que los filósofos de la modernidad apelan a diversos “estados de naturaleza” de la humanidad para construir los pilares de su pensamiento político. ¿Por qué apelar a la naturaleza y de qué forma se entiende esta? Según W. Connolly, los filósofos de la modernidad abandonaron la idea según la cual la naturaleza es un texto en el que se puede leer la acción de Dios. Entonces, a diferencia de lo que había ocurrido anteriormente, comienzan a comprender esta, la naturaleza, como un material de trabajo a disposición de la humanidad, es decir, susceptible de manipulación y diseño; abierta a ser transformada por nuestra acción. Habida cuenta de esta nueva visión, la tarea del filósofo moderno tiene que ver con instituir un nuevo orden político justo en el marco de esta nueva noción de lo natural. En consecuencia, el estudio de la naturaleza humana ofrece un sólido cimiento desde el que entender la condición humana y gracias a dicho análisis, se hace posible fundamentar el nuevo vínculo político (Di Stefano, 1991, pp. 66-67).

En este sentido, me interesa particularmente la intervención hobbesiana, célebre por haber imaginado un estado de naturaleza en el que los individuos desconfían radicalmente los unos de los otros, donde la inseguridad y el miedo es patente. Hobbes parte de un estudio antropológico de nuestra esencia humana, la cual entiende como la condensación de múltiples pasiones, todas las cuales nos convierten en poco más que autómatas en busca de su satisfacción (Di Stefano, 1991, pp. 78-79). Su objetivo era mostrar, a partir de la descripción de esa condición humana, de esas pasiones irrefrenables que nos constituyen como individuos, los elementos fundamentales que había de tener presentes la sociedad civil en la constitución de un cuerpo político (es decir, los elementos fundamentales necesarios para fundar una comunidad política). De esta manera buscaba establecer, con conocimiento de causa y seguridad, una autoridad firme y prácticamente permanente e innegociable –de tintes absolutistas, pues– a partir del conocimiento, como ya he dicho, de ese conjunto de hechos de la condición humana (Di Stefano, 1991, pp. 69; 88-89). Que quisiera implantar una autoridad tan estricta, en cierto modo, no formaba parte del mero capricho de Hobbes, o sea, no lo hacía porque creyera sin más que una autoridad fuerte es mejor que una autoridad débil. Pensaba que era lo más adecuado para nuestro propio bienestar, dada nuestra propia naturaleza. Y es que, para Hobbes, nuestra condición humana es tal que, dejada a su solo albur (es decir, en ausencia de un mando incontestado) genera una vida donde no es posible ni la industria, ni la paz, ni la tranquilidad, esto es, una vida indigna:

 

…durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos, se hallan en la condición o estado que se denomina guerra; una guerra tal que es la de todos contra todos. […]. En una situación semejante no existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no hay cultivo de la tierra, ni navegación, ni uso de los artículos que pueden ser importados por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos para mover y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve. (Hobbes, 2015 [1651] Cap. XIII, pp. 102-103)

 

Todavía hay una cosa más de la presentación de Hobbes que me parece interesante, que aparece en otro escrito, De Cive, que es diferente y algo anterior al que me he venido refiriendo. En esta pequeña obra, Hobbes presenta de forma sistemática y preliminar algunos de los aspectos del estado de naturaleza que luego aparecerían en su opus magnus, Leviatán.

En este librito hay un fragmento que da buena cuenta de la representación que se ha figurado Hobbes al pensar el estado de naturaleza, pues señala con una metáfora lo que tiene en la cabeza al retratarse a los individuos en su estado natural. En De Cive, en un rincón del texto, Hobbes nos pide que consideremos al hombre, a la hora de pensar el vínculo político “como si hubieran surgido de la tierra y, de repente, cuales setas, llegaran a la plena madurez, sin ningún tipo de compromiso con los demás” (Hobbes, 1642 en Di Stefano, 1991, p. 83). Hobbes nos pide, por tanto, que ese “estado de naturaleza” lo imaginemos conformado únicamente por seres adultos, maduros.

Esta metáfora, que puede resultar muy graciosa, nos habla de una cosa importante, que muchas teóricas feministas han puesto de manifiesto: que en la concepción del sujeto político en Hobbes hay una total ausencia de cualquier tipo de vínculo maternal y –lo que es más– de cualquier tipo de vínculo de colaboración en general, amén de cualquier tipo de cuidados. Es claro, entonces, que el sujeto político en Hobbes se piensa de forma radicalmente individualista y, de hecho, sus características aparentemente “naturales” coinciden enormemente con características propias de lo que podríamos llamar una extrema socialización masculina. Estamos ante una identidad que alcanza su madurez sin vinculación alguna con el resto y que solo se entiende en oposición a los demás, que niega cualquier vínculo de reciprocidad y repudia los vínculos de cuidado de sí y de los otros (Di Stefano, 1991, pp. 83-84; 88-89; 104).

Aunque es cierto que Hobbes sea el pensador político que tal vez de forma más cruda haya pensado el estado de naturaleza, no podemos decir que fuera el único que pensara que la supuesta “naturaleza humana” era de carácter radicalmente individualista. Cuanto menos, no fue el único que pensó que el vínculo político tenía que tener muy presente al individuo y sus necesidades propias. Un autor como Locke, por ejemplo, defendió en su tratado político de mayor importancia que la propiedad privada era un derecho originario y fundamental y, aunque concedía que existieran ciertas relaciones colectivas –como las relaciones familiares– en el estado de naturaleza (Locke, 1999), entendía que la constitución del Estado tenía que servir fundamentalmente para preservar dicha propiedad. Locke entendía que la libertad del individuo consistía en la capacidad del individuo para el orden y disposición de sus acciones y propiedades (Locke, 1999, p. 47) y construyó su teoría política alrededor de esa idea básica.

No traigo aquí a estos pensadores por casualidad, ni para cargarlos con la culpa del individualismo rampante de nuestra modernidad contemporánea. Ambos no son sino fiel reflejo de las tensiones que sufrieron a lo largo de la modernidad las instituciones del Estado, el mercado y la comunidad, que comenzaban a desarrollarse al calor del desarrollo de las relaciones de competencia capitalistas. Como en cierto modo vería más tarde un autor como Marx, la filosofía moderna y su individualismo es inseparable de la imposición de las relaciones de competencia que instaura la estructura económica capitalista. Esta, la lógica capitalista, se sustenta en la fagocitación de los bienes, las relaciones y estructuras comunitarias, es decir, en la constante apropiación y explotación de nuestra naturaleza, cuerpos y trabajo[4]. Una dinámica que, desposeyéndonos cada vez más de la posibilidad de vivir al margen de las lógicas mercantiles, hace predominante un sujeto que se entiende al margen del resto, cual “champiñón” hobbesiano. De hecho, se ha argumentado que (Butler, 2020), todos estos “estados de naturaleza” propios de la modernidad han de ser entendidos como una forma de articular y fortalecer el poder estatal en el marco de la tensión entre clases y grupos enfrentados. De tal forma, lejos de ser una mera imaginación de cada uno de los filósofos, dichos “estados de naturaleza” pueden ser vistos como una representación fantasmagórica del imaginario colectivo, de las estructuras de poder y violencia del momento en que se formularon.

Más allá de estas disquisiciones y sea como sea, es útil pensar esta lógica competitiva como una especie de telón de fondo de las representaciones de la naturaleza humana que acabo de contar y de los modelos de individuo que presentaré a continuación, pues nos vamos al siglo XIX. Ahora quiero que comprobemos que la lógica individualista, además de proporcionar un modelo de vinculación política que excluye la interdependencia y vulnerabilidad del escenario político, impide que la mayoría de personas puedan ser entendidas “individuos” como tales. Y es que, tal y como ha demostrado la filósofa Zaharijević (2020; 2021), el lenguaje del liberalismo del siglo XIX indica claramente que la noción de individuo está cargada de exclusiones.

Considerémoslo detenidamente. Como ya expliqué antes, la intervención de los filósofos modernos, con su pujanza en pro de la noción del individuo, había hecho que se considerara que era este el que mejor podía representar su propio interés de forma legítima, esto es, cada cual era el mejor legislador respecto de sus propios intereses. El individuo adquiría así –de forma individual, sin tener en cuenta a los otros en la ecuación– el derecho a formar parte de la esfera política: si el individuo era el que mejor sabía de qué modo se debía gobernar a sí mismo, lo más consecuente era que este se representara y que decidiera, de forma individual, qué elementos de su persona quería hacer públicos o mantener en el ámbito de su privacidad (Zaharijević, 2021, pp. 87-88).

Esta capacidad del individuo de gobernarse a sí mismo y de responder por sí solo a su propio interés se ha denominado igualdad formal, la cual, para desgracia de la mayoría, tenemos que considerar “universal”, sí, pero únicamente de forma aparente. ¿Por qué? Porque para poder determinarse como tal individuo, como tal “soberano de sí”, de sus asuntos y de su persona, esto es, para ser verdaderamente independiente, el individuo no debía deberle su existencia a ningún otro, lo que implicaba ser independiente y autónomo en todo sentido posible –lo que incluye, por supuesto, ser independiente en sentido material–.

De esta forma, los proletarios, que dependían de la explotación de su fuerza de trabajo para su subsistencia, no podían ser calificados como tales individuos. Otro tanto ocurría con las mujeres, que no eran consideradas sujetos de propiedad, sino objetos de propiedad pertenecientes a la hacienda del varón (es decir, parte de la propiedad de alguien). Por supuesto, ellas tampoco podían ser, evidentemente, consideradas como tales individuos y carecían, por tanto, de la capacidad de gobernarse a sí mismas –algo que generó no pocas desgracias en su momento (Zaharijević, 2021, p. 89)[5]–. Por descontado, la humanidad y, por tanto, la capacidad de ser individuo tampoco estaba del lado de aquellos considerados “bárbaros” (discúlpese la expresión, pero esta es tal como se denominaba a las poblaciones consideradas “otras”, o sea, racializadas) (Zaharijević, 2021, p. 90).

Por tanto, ni proletarios, ni mujeres, ni aquellxs consideradxs “bárbarxs” podían ser verdaderos individuos ni representar, de forma legítima, sus propios intereses. La manifestación más palmaria de esta concepción excluyente de la individualidad la encontramos, por supuesto, en la capacidad de voto. Si esta es hoy universal, es únicamente por la larga lucha de mujeres[6] y movimiento obrero para conseguirlo, pues en principio estaba únicamente restringido a varones con cierta capacidad económica.

Aunque mentar esta cuestión pueda parecer algo muy sencillo y un poco tonto, nos recuerda que nuestra tradición gubernamental y más concretamente, nuestra forma de pensar el vínculo político es heredera de una concepción fuertemente excluyente. En nuestras sociedades, hasta hace muy poco, la participación política solo era posible a costa de invisibilizar los hilos de dependencia y explotación que, queramos o no, nos unen a lxs unxs con lxs otrxs. Una invisibilización que, justamente, es la que hace posible el surgimiento de varones propietarios, es decir, de “soberanos de sí” que “no deben su existencia a nadie”.

Lo que aún es más grave es que esta trayectoria que nos es propia habla muy mal de nuestra forma de vinculación y potestad políticas, pues solo eran consideradas como legítimas las demandas de estos varones propietarios. Unos hombres que eran precisamente los que estaban al margen, como ya he dicho, de la trama de interdependencia y necesidad que conforma la realidad de la vida de la inmensa mayoría de la población. En definitiva, esta tradición que considera que la participación en la esfera civil ha de partir de un individuo que es soberano de sí mismo, implica poner encima de la mesa la primacía de las relaciones de propiedad, haciendo que el homo politicus sea única y exclusivamente el homo oeconomicus. De esta forma, se convierte en sujeto por excelencia del capital a aquel que la economía feminista ha denominado como “BBVAh”: “el sujeto blanco, burgués, varón, adulto, con una funcionalidad normativa, heterosexual” (Pérez Orozco, 2014, p. 25; Zaharijević, 2021, p. 93-96). También implica borrar del horizonte nuestra propia corporalidad y vulnerabilidad constitutivas, pero sobre esto volveré más tarde.

Un ejemplo palmario de cómo esta concepción tan individualista y excluyente del sujeto ha calado en nuestra cultura lo encontramos en la figura de Robinson Crusoe, que podemos leer como un auténtico “héroe de la modernidad”. El estudio de Zaharijević (2020) indica que podemos leer la novela Robinson Crusoe como un auténtico manual de supervivencia y a su protagonista como el mayor representante de la independencia absoluta. El carácter icónico de dicho personaje generó que, ya en el siglo XIX, Robinson Crusoe se entendiera como paradigma del homo oeconomicus, aquel capaz de crear la sociedad desde cero (Zaharijević, 2020, p. 108). El tratamiento de las diversas figuras que aparecen en el texto da buena cuenta, no obstante, de ciertas de las ideas que acompañaban a este hombre supuestamente independiente y que nos vuelven a mostrar las exclusiones que posee este paradigma de “individuo” que venimos comentando.

Así, por ejemplo, lxs otrxs que aparecen en la novela (el argumento nos cuenta que hay una tribu caníbal que visita frecuentemente la isla para sus rituales asesinos) son una fuente de miedo para Robinson, lo que denota que la sociabilidad, si bien muy alejada, no puede ser completamente eliminada. De hecho, el primer acompañante de Robinson, Viernes, es uno de los prisioneros de dicha tribu: vemos entonces que la relación social posible para Robinson se conforma única y exclusivamente a través de una subordinación –legítima, justa, eso sí–, en lo que parece una representación idealizada del imaginario colonial (Zaharijević, 2020, p. 112 y ss.). Por supuesto, las mujeres están también prácticamente ausentes: la esposa que adquiere Robinson al final del libro no recibe mayor atención que una sola frase en la que se relata su desposamiento, parto de tres hijos y posterior muerte.

En la figura de Robinson tenemos, por tanto, la perfecta materialización del individuo en la concepción clásica liberal (Mill, 2001, p. 13 en Zaharijević, 2020, p. 114), donde “individuo” es definido como aquel cuya independencia es absoluta, la cual solo puede adquirir aquel que es entero soberano sobre sí, sobre su cuerpo y sobre su mente. Todo este conjunto de conceptos e ideas, por cierto, se encuentran detrás y coinciden plenamente con lo que seguimos considerando bajo el término “autonomía”[7].

Pero, volviendo a nuestro tema, podemos decir con seguridad que lo que he señalado en torno a Robinson Crusoe no dejaría de ser más que una mera ilustración de cierta coincidencia o, también, un ejemplo pintón, si no fuera porque el modelo del individualismo extremo se convirtió, a partir del siglo XIX, en el paradigma fundamental para la comprensión de la economía. Esto es algo que podemos incluso comprobar por nosotrxs mismxs, dada la expansión de los patrones hipotéticos de estudio ético basados en el paradigma del individuo maximizador (como el dilema del prisionero, o los famosísimos ejemplos subsumidos bajo la categoría del “trolley problem”, o sea, todos esos modelos que usan la imagen de las vías del tren para decidir sobre una situación determinada). Este modelo del individuo maximizador como unidad mínima de la disciplina económica, además de partir sobre la base de la falacia de que lo que es verdadero a nivel individual lo es a nivel social –lo que es extremadamente cuestionable– también redunda en la eliminación de nuestro horizonte de comprensión un hecho fundamental que ya antes he expresado: la constatación de la dependencia inherente a nuestro cuerpo y el hecho de que la autonomía no es algo estático. Antes bien, lejos de ser una característica inamovible, es un continuum en el que se dan diversos grados de independencia/dependencia en el que nos vamos moviendo a lo largo de la vida, según nuestras necesidades y capacidades de recibir y/o ofrecer cuidados (Ezquerra, 2011). Pensar la economía desde este sujeto individualista silencia la gran mayoría de la experiencia humana y es responsable de que muchas de nuestras necesidades no parezcan tenerse en cuenta por el pensamiento económico. Ponerlas en el centro para empezar a cambiar las cosas es justamente lo que hace la economía feminista, como explicaré al final.

Pero antes de ir a la parte de las soluciones, me gustaría hacer una última parada en las diversas manifestaciones del paradigma individualista en nuestro presente. Más concretamente, me quiero detener en la creciente incertidumbre que estamos sufriendo en el modo de vincularnos sexo-afectiva y emocionalmente lxs unxs con lxs otrxs, algo que está siendo abordado de forma muy notable por la socióloga Eva Illouz (2020). La premisa de esta autora es sencilla: la expansión del modelo de sujeto individualista, “soberano de sí” del que hemos estado hablando, va acompañado, indefectiblemente, de la creciente incertidumbre y desdibujamiento de las normas colectivas, ritos y convenciones respecto de lo que resulta aceptable en el ámbito de las relaciones afectivas.

La tesis de Illouz es la siguiente: en el marco de lo que ella denomina “capitalismo escópico”[8] y el auge de las redes sociales, la pérdida de las relaciones sociales comunitarias provocada por la vida urbana, la intensificación del trabajo y la privatización de los espacios donde se lleva a cabo el mismo, no ha dado lugar de forma inmediata a la soledad, sino a una hiperconectividad virtual de extrema volatilidad que cristaliza en el establecimiento de relaciones extremadamente inciertas. Esta inseguridad e incertidumbre, por su parte, se gestiona en este capitalismo tardío únicamente mediante técnicas de carácter psicológico, todo lo cual se ejemplifica de forma clara en todo el auge de la “autoayuda” y el imperativo de “autorrealización” ligado a nuestra cultura. Para Illouz, aunque en muchas ocasiones vivamos ese traslado a lo psicológico como un proceso de empoderamiento, este no es todo lo fantástico que parece. Más bien casi al contrario –nos dice esta autora– pues, en realidad, estamos actuando bajo las premisas de la subjetividad económica y capitalista que mina el mundo social. Así, justo al revés de lo que muchxs desearíamos, esta dinámica nos lleva a encerrarnos en la esfera de nuestra individualidad (Illouz, 2020, p. 26-27). De hecho, que la respuesta a la creciente incertidumbre y desasosiego en nuestras relaciones únicamente esté viniendo desde el ámbito psicológico y de la autoayuda, es buena muestra de que la respuesta a la incertidumbre generada por la ausencia de relatos culturales se da sin poder invocar esquemas culturales comunes socialmente acordados, sino únicamente desde vocabularios asociados a la yoidad. En estos imaginarios son habituales los términos como “independencia” y “autonomía” (Illouz, 2020, pp. 140-141). La misma independencia y autonomía de la que hablábamos al referirnos a Robinson Crusoe.

Y es que, aunque el imperativo de la libertad ha dado lugar a indudables progresos en materia sexual y emocional, una vez que el centro de gravedad se desplaza de la normativa de los relatos colectivos al ámbito del solo deseo y voluntad del sujeto, desaparecen, desde luego, muchos de los inconvenientes de las lógicas relacionales tradicionales, pero también las reglas para enjuiciar la necesidad o las reglas de reciprocidad y compromiso que los sujetos establecen. Esto ha generado, según Illouz, la expansión en el campo afectivo de “vínculos negativos”, que son relaciones que “tienen propósitos difusos, poco claros, indefinidos o controvertidos”, sin “un guion reglamentario para la vinculación y desvinculación” y que (lo que es más preocupante) “imponen penalidades nulas o mínimas por su disolución” (Illouz, 2020, p. 139). Todo ello deriva de la aplicación de la lógica mercantil en la organización y establecimiento de los encuentros y las relaciones personales, favoreciendo dinámicas de consumo materializadas de forma prototípica en el sexo casual, “sin compromiso”, pero que no por ello dejan de generar desigualdades, tal como sigue ocurriendo en las distintas reglas establecidas para cada género[9] (Illouz, 2020, p. 309).

A la luz de estos hechos, Illouz afirma con rotundidad que el sujeto económico-sexual capaz de pasar rápidamente del match al ghosting es, en realidad, “el sujeto por excelencia de la modernidad”, aquel que realiza su individualidad a través de sus elecciones y deseos, que se muestra como verdadero soberano de su ser en tanto elige en función de sus emociones personales (Illouz, 2020, p. 146). El individuo, en la modernidad tardía, entiende su sexualidad y afectividad del mismo modo que entiende su economía: algo que no nos debe extrañar si, tal como había indicado al comienzo, entendemos la dinámica competitiva del capitalismo como telón de fondo de nuestros modelos de sujeto. Es este también el motivo por el que, desgraciadamente, tampoco nos extraña que, en la sección de autoayuda y crecimiento personal, todos los libros que podemos encontrar “comparten el mismo principio: búscate la vida y pisa a todo el que puedas por el camino” (Carmona & Padilla, 2022). Esto es, todos ellos nos invitan a guiarnos única y exclusivamente por nuestro criterio personal, en lugar de atender a las estructuras que están generando las diversas situaciones que generan conflictos entre nosotrxs. Sea como sea, la continuidad entre sexo-afectividad, individualidad y economía capitalista puede ser resumida en las siguientes palabras de Illouz:

 

Organizado bajo la égida del neoliberalismo, el capitalismo escópico crea una yoidad donde la economía y el sexo se entrelazan sin solución de continuidad y se realizan mutuamente. Ha emergido una nueva estructura de sentimientos que atraviesa, impregna e interconecta las esferas de lo económico y lo sexual, a la vez que genera una yoidad definida por una serie de características: flexibilidad (en forma de capacidad para circular entre múltiples parejas, acumular experiencias y llevar a cabo diversas tareas simultáneas); tolerancia al riesgo, a los fracasos y a los rechazos; y una intrínseca deslealtad (al igual que los accionistas, los amantes pueden retirarse para invertir en una “empresa” más rentable). Los agentes sexuales, tal como los agentes económicos, no solo operan con una conciencia agudizada de la competencia, sino que además adquieren destrezas de autosuficiencia y un sentido general de la precariedad. […] Como resultado, los agentes sexuales desarrollan técnicas para defender su autoestima o su valía, aliviar la ansiedad, incrementar su desempeño (emocional) e invertir en futuros inciertos, técnicas todas provistas por el expansivo mercado de la autoayuda, la psicología y la espiritualidad. (Illouz, 2020, pp. 309-310).

 

Para no terminar de forma tan pesimista, me gustaría poner de manifiesto que, desde hace algún tiempo, la filosofía y economía feministas han venido argumentando en contra de este modelo de subjetividad y vínculo. Muchas autoras llevan décadas poniendo de manifiesto que el funcionamiento de la sociedad y nuestra propia existencia serían imposibles de sustentarse únicamente en el modelo de individuo soberano que propugnó la modernidad filosófica y que, a nuestro pesar, promueve la dinámica competitiva del capitalismo. De esta forma, la Economía Feminista –pero también filósofas como Judith Butler y otras muchas– apuestan por entender al ser humano a partir la vulnerabilidad e interdependencia constitutivas que nos caracteriza por nuestra propia corporalidad.

La Economía Feminista, por su parte, lleva años observando la economía desde la perspectiva de la sostenibilidad y sostenimiento de la propia vida y atendiendo al trabajo más allá del estrecho ámbito de lo que el capitalismo considera “empleo” (que es tal si y solo si es capaz de generar réditos y beneficios apropiables privadamente por un capitalista). Esto les ha llevado a mostrar que, una vez se pone el foco en las actividades de reproducción social (por expresarlo sencillamente: el trabajo doméstico y de cuidados) tanto el trinomio ocio-consumo-trabajo como la dicotomía dependencia-autonomía, así como la supuesta oposición entre individualidad-colectividad, piden ser repensadas a causa de la indistinción de sus límites (Ezquerra, 2011; Pérez Orozco, 2014). Una indistinción que nos debe obligar a pensar no de qué modo podemos subsumir las especificidades del trabajo de reproducción a la forma de trabajo capitalista, sino que, más bien, debe servirnos para empezar a pensar desde nuestras necesidades de cuidado (y no las de la producción capitalista) el modelo institucional que ha de acompañarnos para llevarlos a cabo de la forma más justa y equitativa posible, sin imposiciones indeseables.

Este trabajo de crítica ha cristalizado en el ámbito filosófico, como ya he dicho, en la puesta de manifiesto de nuestra condición interdependiente. Autoras como Butler, Tithi Bhattacharya o Isabell Lorey apuntan a que la condición humana tiene que ser entendida condicionada y afectada de manera indefectible por la dependencia en los demás y en las estructuras e instituciones que conformamos con lxs otrxs. Esto implica que el sujeto autónomo de la Modernidad, que se entendía de forma acabada, encerrado en sí mismo, se considera desde la filosofía feminista algo imposible. El ser ha de ser considerado siempre desde la relación, desde la apertura al otro (L. Gil, 2014, 2018): algo que nos sitúa en total contraposición al individuo hobbesiano con el que hemos comenzado este texto.

Desde luego, dado el maltrecho estado de nuestra situación política y nuestra precaria salud mental, cabe preguntarse por la posibilidad transformativa de esta noción de sujeto. En este sentido, aunque sea cierto que no podamos dejar de admitir que nuestros vínculos siguen a día de hoy atados al individualismo moderno, comenzar a pensar de otra forma el sujeto implica, ya en sí mismo, un gran avance. Como plantea L. Gil (2014, p. 290), solo en el momento en que nos hacemos cargo de nuestra condición existencial precaria, vulnerable y relacional, podemos comenzar a imaginar escenarios de acción política diferentes, en lugar de (como sigue ocurriendo bajo el paradigma del sujeto competitivo de la esfera mercantil, bajo el modelo del homo oeconomicus) esconderla y ocultarla como si no existiera. Por ello, lo que ocurra de aquí en adelante no podrá ser sino tarea de todxs, así que a ella (n)os emplazo.

 

Bibliografía

 

Butler, Judith (2020). The Force of Non-Violence. An Ethico-Political Bind. Verso.

Carmona, Marta & Padilla, Javier (2022). Malestamos. Cuando estar mal es un problema colectivo. Capitán Swing.

Di Stefano, Christina (1991). Configurations of Masculinity: A Feminist Perspective on Modern Political Theory. Cornell University Press.

(2018 [1996]). Autonomy in the Light of Difference. En Nancy J. Hirschmann & Christine Di Stefano (Eds.) Revisioning the Political. Feminist Reconstructions of Traditional Concepts in Western Political Theory (pp. 95-116). Routledge.

Ezquerra, Sandra (2011). Crisis de los cuidados y crisis sistémica: la reproducción como pilar de la economía llamada real. Investigaciones Feministas, (2), pp. 175-194. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4131471

Hobbes, Thomas (2015 [1651]). Leviatán, o la materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil. Gredos.

Illouz, Eva (2020). El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas. Katz.

  1. Gil, Silvia (2014). Ontología de la precariedad en Judith Butler. Repensar la vida en común. Endoxa. Series Filosóficas, 34, pp. 287-302.

(2018). Vidas vulnerables, feminismo y crisis civilizatoria. En J. Solé Blanch y Asun Pié Balaguer (Coords.) Políticas del sufrimiento y la vulnerabilidad (pp. 39-54). Icaria.

Locke, John (1999 [1690]). Segundo tratado sobre el gobierno. Un ensayo sobre el verdadero origen, alcance y fin del gobierno civil. Edición y notas de Pablo López Álvarez. Biblioteca Nueva.

Moore, Jason W. (2020). El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y acumulación de capital. Traficantes de Sueños. Disponible en pdf: https://traficantes.net/libros/el-capitalismo-en-la-trama-de-la-vida

Pérez Orozco, Amaia (2014). Subversión feminista de la economía. Apuntes para el conflicto capital-vida. Traficantes de Sueños. Disponible en pdf: https://traficantes.net/libros/subversi%C3%B3n-feminista-de-la-econom%C3%ADa

Zaharijević, Adriana (2020). Becoming a Master of an Island Again: On the Desire to be Bodiless. Redescriptions: Political Thought, Conceptual History and Feminist Theory 23(2), pp. 107–119. DOI: https://doi.org/10.33134/rds.322

(2021). Independent and Invulnerable: Politics of an Individual. En B. Rodríguez López, N. Sánchez Madrid & A. Zaharijević (Eds.) Rethinking Vulnerability and Exclusion. Historical and Critical Essays (pp. 83-100). Palgrave MacMillan.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Texto basado en la intervención durante la Mesa “ Mesa Epistemologías del turbocapitalismo – XXVI Jornadas AMSM Salud mental en los infelices años 20”. Mayo de 2023. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=4uGWFFRefMM

[2] Clara Navarro Ruiz es investigadora postdoctoral en el departamento de Filosofía y Sociedad de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y autora de El capitalismo de hoy, la incertidumbre de mañana (Pepitas, 2022). Este trabajo se ha desarrollado gracias al apoyo del proyecto de investigación “Precariedad laboral, cuerpo y vida dañada. Una investigación de filosofía social” (PID2019-105803GB-I0/AEI/10.13039/501100011033) del que forma parte.

[3]Tal como muestra un informe de la Comisión Europea de 2018, 30 millones de personas en la Unión Europea se sienten solas con frecuencia. (Recogido en www.soledades.es).

[4]Esta dinámica de explotación y apropiación está muy presente en autoras como Pérez Orozco (2014) y Jason W. Moore (2020).

[5]Es el caso, por ejemplo, de Lady Bulwer Lytton, denunciado por el propio Marx en un artículo para el New York Tribune del 23 de Julio 1858.

[6]Con todas sus contradicciones, la reivindicación del movimiento sufragista y personajes como Clara Campoamor es muy relevante en este sentido.

[7]Particularmente en su concepción “masculinista”. Véanse las siguientes palabras de Di Stefano: “The «malestream» concept of autonomy captures […] the modern discovery and valuation of freedom, reason, and agency housed within a conception of the self as an independent and reflexive rational chooser. […] A number of themes recur in the literature: self-definition, self-mastery, self-determination, self-directedness, self-rule, self-respect, living in harmony with one’s (true) self, authenticity, and procedural independence in defining and identifying with the substance of these terms”.  (Di Stefano, 2018, pp. 98-99).

[8]Eva Illouz explica que el capitalismo escópico puede ser definido como una fase del capitalismo fuertemente consumista, en el que el aspecto se ha convertido en la característica central que condiciona el atractivo sexual de una persona. Este último se entiende también como un capital que representa su valía (Illouz, 2020, p. 180).

[9]Tal como nos explica Illouz, estas diferencias se hacen patentes en hechos como que “las mujeres recurren al mercado de consumo para acicalar sus cuerpos con el fin de producir valor a la vez sexual y económico, mientras que los hombres consumen la producción de valor sexual femenino para usarlo como indicador de estatus en palestras de competencia masculina”. (Illouz, 2020, p. 309).

 

 

Todavía hay una cosa más de la presentación de Hobbes que me parece interesante, que aparece en otro escrito, De Cive, que es diferente y algo anterior al que me he venido refiriendo. En esta pequeña obra, Hobbes presenta de forma sistemática y preliminar algunos de los aspectos del estado de naturaleza que luego aparecerían en su opus magnus, Leviatán.

En este librito hay un fragmento que da buena cuenta de la representación que se ha figurado Hobbes al pensar el estado de naturaleza, pues señala con una metáfora lo que tiene en la cabeza al retratarse a los individuos en su estado natural. En De Cive, en un rincón del texto, Hobbes nos pide que consideremos al hombre, a la hora de pensar el vínculo político “como si hubieran surgido de la tierra y, de repente, cuales setas, llegaran a la plena madurez, sin ningún tipo de compromiso con los demás” (Hobbes, 1642 en Di Stefano, 1991, p. 83). Hobbes nos pide, por tanto, que ese “estado de naturaleza” lo imaginemos conformado únicamente por seres adultos, maduros.

Esta metáfora, que puede resultar muy graciosa, nos habla de una cosa importante, que muchas teóricas feministas han puesto de manifiesto: que en la concepción del sujeto político en Hobbes hay una total ausencia de cualquier tipo de vínculo maternal y –lo que es más– de cualquier tipo de vínculo de colaboración en general, amén de cualquier tipo de cuidados. Es claro, entonces, que el sujeto político en Hobbes se piensa de forma radicalmente individualista y, de hecho, sus características aparentemente “naturales” coinciden enormemente con características propias de lo que podríamos llamar una extrema socialización masculina. Estamos ante una identidad que alcanza su madurez sin vinculación alguna con el resto y que solo se entiende en oposición a los demás, que niega cualquier vínculo de reciprocidad y repudia los vínculos de cuidado de sí y de los otros (Di Stefano, 1991, pp. 83-84; 88-89; 104).

Aunque es cierto que Hobbes sea el pensador político que tal vez de forma más cruda haya pensado el estado de naturaleza, no podemos decir que fuera el único que pensara que la supuesta “naturaleza humana” era de carácter radicalmente individualista. Cuanto menos, no fue el único que pensó que el vínculo político tenía que tener muy presente al individuo y sus necesidades propias. Un autor como Locke, por ejemplo, defendió en su tratado político de mayor importancia que la propiedad privada era un derecho originario y fundamental y, aunque concedía que existieran ciertas relaciones colectivas –como las relaciones familiares– en el estado de naturaleza (Locke, 1999), entendía que la constitución del Estado tenía que servir fundamentalmente para preservar dicha propiedad. Locke entendía que la libertad del individuo consistía en la capacidad del individuo para el orden y disposición de sus acciones y propiedades (Locke, 1999, p. 47) y construyó su teoría política alrededor de esa idea básica.

No traigo aquí a estos pensadores por casualidad, ni para cargarlos con la culpa del individualismo rampante de nuestra modernidad contemporánea. Ambos no son sino fiel reflejo de las tensiones que sufrieron a lo largo de la modernidad las instituciones del Estado, el mercado y la comunidad, que comenzaban a desarrollarse al calor del desarrollo de las relaciones de competencia capitalistas. Como en cierto modo vería más tarde un autor como Marx, la filosofía moderna y su individualismo es inseparable de la imposición de las relaciones de competencia que instaura la estructura económica capitalista. Esta, la lógica capitalista, se sustenta en la fagocitación de los bienes, las relaciones y estructuras comunitarias, es decir, en la constante apropiación y explotación de nuestra naturaleza, cuerpos y trabajo[2]. Una dinámica que, desposeyéndonos cada vez más de la posibilidad de vivir al margen de las lógicas mercantiles, hace predominante un sujeto que se entiende al margen del resto, cual “champiñón” hobbesiano. De hecho, se ha argumentado que (Butler, 2020), todos estos “estados de naturaleza” propios de la modernidad han de ser entendidos como una forma de articular y fortalecer el poder estatal en el marco de la tensión entre clases y grupos enfrentados. De tal forma, lejos de ser una mera imaginación de cada uno de los filósofos, dichos “estados de naturaleza” pueden ser vistos como una representación fantasmagórica del imaginario colectivo, de las estructuras de poder y violencia del momento en que se formularon.

Más allá de estas disquisiciones y sea como sea, es útil pensar esta lógica competitiva como una especie de telón de fondo de las representaciones de la naturaleza humana que acabo de contar y de los modelos de individuo que presentaré a continuación, pues nos vamos al siglo XIX. Ahora quiero que comprobemos que la lógica individualista, además de proporcionar un modelo de vinculación política que excluye la interdependencia y vulnerabilidad del escenario político, impide que la mayoría de personas puedan ser entendidas “individuos” como tales. Y es que, tal y como ha demostrado la filósofa Zaharijević (2020; 2021), el lenguaje del liberalismo del siglo XIX indica claramente que la noción de individuo está cargada de exclusiones.

Considerémoslo detenidamente. Como ya expliqué antes, la intervención de los filósofos modernos, con su pujanza en pro de la noción del individuo, había hecho que se considerara que era este el que mejor podía representar su propio interés de forma legítima, esto es, cada cual era el mejor legislador respecto de sus propios intereses. El individuo adquiría así –de forma individual, sin tener en cuenta a los otros en la ecuación– el derecho a formar parte de la esfera política: si el individuo era el que mejor sabía de qué modo se debía gobernar a sí mismo, lo más consecuente era que este se representara y que decidiera, de forma individual, qué elementos de su persona quería hacer públicos o mantener en el ámbito de su privacidad (Zaharijević, 2021, pp. 87-88).

Esta capacidad del individuo de gobernarse a sí mismo y de responder por sí solo a su propio interés se ha denominado igualdad formal, la cual, para desgracia de la mayoría, tenemos que considerar “universal”, sí, pero únicamente de forma aparente. ¿Por qué? Porque para poder determinarse como tal individuo, como tal “soberano de sí”, de sus asuntos y de su persona, esto es, para ser verdaderamente independiente, el individuo no debía deberle su existencia a ningún otro, lo que implicaba ser independiente y autónomo en todo sentido posible –lo que incluye, por supuesto, ser independiente en sentido material–.

De esta forma, los proletarios, que dependían de la explotación de su fuerza de trabajo para su subsistencia, no podían ser calificados como tales individuos. Otro tanto ocurría con las mujeres, que no eran consideradas sujetos de propiedad, sino objetos de propiedad pertenecientes a la hacienda del varón (es decir, parte de la propiedad de alguien). Por supuesto, ellas tampoco podían ser, evidentemente, consideradas como tales individuos y carecían, por tanto, de la capacidad de gobernarse a sí mismas –algo que generó no pocas desgracias en su momento (Zaharijević, 2021, p. 89)[3]–. Por descontado, la humanidad y, por tanto, la capacidad de ser individuo tampoco estaba del lado de aquellos considerados “bárbaros” (discúlpese la expresión, pero esta es tal como se denominaba a las poblaciones consideradas “otras”, o sea, racializadas) (Zaharijević, 2021, p. 90).

Por tanto, ni proletarios, ni mujeres, ni aquellxs consideradxs “bárbarxs” podían ser verdaderos individuos ni representar, de forma legítima, sus propios intereses. La manifestación más palmaria de esta concepción excluyente de la individualidad la encontramos, por supuesto, en la capacidad de voto. Si esta es hoy universal, es únicamente por la larga lucha de mujeres[4] y movimiento obrero para conseguirlo, pues en principio estaba únicamente restringido a varones con cierta capacidad económica.

Aunque mentar esta cuestión pueda parecer algo muy sencillo y un poco tonto, nos recuerda que nuestra tradición gubernamental y más concretamente, nuestra forma de pensar el vínculo político es heredera de una concepción fuertemente excluyente. En nuestras sociedades, hasta hace muy poco, la participación política solo era posible a costa de invisibilizar los hilos de dependencia y explotación que, queramos o no, nos unen a lxs unxs con lxs otrxs. Una invisibilización que, justamente, es la que hace posible el surgimiento de varones propietarios, es decir, de “soberanos de sí” que “no deben su existencia a nadie”.

Lo que aún es más grave es que esta trayectoria que nos es propia habla muy mal de nuestra forma de vinculación y potestad políticas, pues solo eran consideradas como legítimas las demandas de estos varones propietarios. Unos hombres que eran precisamente los que estaban al margen, como ya he dicho, de la trama de interdependencia y necesidad que conforma la realidad de la vida de la inmensa mayoría de la población. En definitiva, esta tradición que considera que la participación en la esfera civil ha de partir de un individuo que es soberano de sí mismo, implica poner encima de la mesa la primacía de las relaciones de propiedad, haciendo que el homo politicus sea única y exclusivamente el homo oeconomicus. De esta forma, se convierte en sujeto por excelencia del capital a aquel que la economía feminista ha denominado como “BBVAh”: “el sujeto blanco, burgués, varón, adulto, con una funcionalidad normativa, heterosexual” (Pérez Orozco, 2014, p. 25; Zaharijević, 2021, p. 93-96). También implica borrar del horizonte nuestra propia corporalidad y vulnerabilidad constitutivas, pero sobre esto volveré más tarde.

Un ejemplo palmario de cómo esta concepción tan individualista y excluyente del sujeto ha calado en nuestra cultura lo encontramos en la figura de Robinson Crusoe, que podemos leer como un auténtico “héroe de la modernidad”. El estudio de Zaharijević (2020) indica que podemos leer la novela Robinson Crusoe como un auténtico manual de supervivencia y a su protagonista como el mayor representante de la independencia absoluta. El carácter icónico de dicho personaje generó que, ya en el siglo XIX, Robinson Crusoe se entendiera como paradigma del homo oeconomicus, aquel capaz de crear la sociedad desde cero (Zaharijević, 2020, p. 108). El tratamiento de las diversas figuras que aparecen en el texto da buena cuenta, no obstante, de ciertas de las ideas que acompañaban a este hombre supuestamente independiente y que nos vuelven a mostrar las exclusiones que posee este paradigma de “individuo” que venimos comentando.

Así, por ejemplo, lxs otrxs que aparecen en la novela (el argumento nos cuenta que hay una tribu caníbal que visita frecuentemente la isla para sus rituales asesinos) son una fuente de miedo para Robinson, lo que denota que la sociabilidad, si bien muy alejada, no puede ser completamente eliminada. De hecho, el primer acompañante de Robinson, Viernes, es uno de los prisioneros de dicha tribu: vemos entonces que la relación social posible para Robinson se conforma única y exclusivamente a través de una subordinación –legítima, justa, eso sí–, en lo que parece una representación idealizada del imaginario colonial (Zaharijević, 2020, p. 112 y ss.). Por supuesto, las mujeres están también prácticamente ausentes: la esposa que adquiere Robinson al final del libro no recibe mayor atención que una sola frase en la que se relata su desposamiento, parto de tres hijos y posterior muerte.

En la figura de Robinson tenemos, por tanto, la perfecta materialización del individuo en la concepción clásica liberal (Mill, 2001, p. 13 en Zaharijević, 2020, p. 114), donde “individuo” es definido como aquel cuya independencia es absoluta, la cual solo puede adquirir aquel que es entero soberano sobre sí, sobre su cuerpo y sobre su mente. Todo este conjunto de conceptos e ideas, por cierto, se encuentran detrás y coinciden plenamente con lo que seguimos considerando bajo el término “autonomía”[5].

Pero, volviendo a nuestro tema, podemos decir con seguridad que lo que he señalado en torno a Robinson Crusoe no dejaría de ser más que una mera ilustración de cierta coincidencia o, también, un ejemplo pintón, si no fuera porque el modelo del individualismo extremo se convirtió, a partir del siglo XIX, en el paradigma fundamental para la comprensión de la economía. Esto es algo que podemos incluso comprobar por nosotrxs mismxs, dada la expansión de los patrones hipotéticos de estudio ético basados en el paradigma del individuo maximizador (como el dilema del prisionero, o los famosísimos ejemplos subsumidos bajo la categoría del “trolley problem”, o sea, todos esos modelos que usan la imagen de las vías del tren para decidir sobre una situación determinada). Este modelo del individuo maximizador como unidad mínima de la disciplina económica, además de partir sobre la base de la falacia de que lo que es verdadero a nivel individual lo es a nivel social –lo que es extremadamente cuestionable– también redunda en la eliminación de nuestro horizonte de comprensión un hecho fundamental que ya antes he expresado: la constatación de la dependencia inherente a nuestro cuerpo y el hecho de que la autonomía no es algo estático. Antes bien, lejos de ser una característica inamovible, es un continuum en el que se dan diversos grados de independencia/dependencia en el que nos vamos moviendo a lo largo de la vida, según nuestras necesidades y capacidades de recibir y/o ofrecer cuidados (Ezquerra, 2011). Pensar la economía desde este sujeto individualista silencia la gran mayoría de la experiencia humana y es responsable de que muchas de nuestras necesidades no parezcan tenerse en cuenta por el pensamiento económico. Ponerlas en el centro para empezar a cambiar las cosas es justamente lo que hace la economía feminista, como explicaré al final.

Pero antes de ir a la parte de las soluciones, me gustaría hacer una última parada en las diversas manifestaciones del paradigma individualista en nuestro presente. Más concretamente, me quiero detener en la creciente incertidumbre que estamos sufriendo en el modo de vincularnos sexo-afectiva y emocionalmente lxs unxs con lxs otrxs, algo que está siendo abordado de forma muy notable por la socióloga Eva Illouz (2020). La premisa de esta autora es sencilla: la expansión del modelo de sujeto individualista, “soberano de sí” del que hemos estado hablando, va acompañado, indefectiblemente, de la creciente incertidumbre y desdibujamiento de las normas colectivas, ritos y convenciones respecto de lo que resulta aceptable en el ámbito de las relaciones afectivas.

La tesis de Illouz es la siguiente: en el marco de lo que ella denomina “capitalismo escópico”[6] y el auge de las redes sociales, la pérdida de las relaciones sociales comunitarias provocada por la vida urbana, la intensificación del trabajo y la privatización de los espacios donde se lleva a cabo el mismo, no ha dado lugar de forma inmediata a la soledad, sino a una hiperconectividad virtual de extrema volatilidad que cristaliza en el establecimiento de relaciones extremadamente inciertas. Esta inseguridad e incertidumbre, por su parte, se gestiona en este capitalismo tardío únicamente mediante técnicas de carácter psicológico, todo lo cual se ejemplifica de forma clara en todo el auge de la “autoayuda” y el imperativo de “autorrealización” ligado a nuestra cultura. Para Illouz, aunque en muchas ocasiones vivamos ese traslado a lo psicológico como un proceso de empoderamiento, este no es todo lo fantástico que parece. Más bien casi al contrario –nos dice esta autora– pues, en realidad, estamos actuando bajo las premisas de la subjetividad económica y capitalista que mina el mundo social. Así, justo al revés de lo que muchxs desearíamos, esta dinámica nos lleva a encerrarnos en la esfera de nuestra individualidad (Illouz, 2020, p. 26-27). De hecho, que la respuesta a la creciente incertidumbre y desasosiego en nuestras relaciones únicamente esté viniendo desde el ámbito psicológico y de la autoayuda, es buena muestra de que la respuesta a la incertidumbre generada por la ausencia de relatos culturales se da sin poder invocar esquemas culturales comunes socialmente acordados, sino únicamente desde vocabularios asociados a la yoidad. En estos imaginarios son habituales los términos como “independencia” y “autonomía” (Illouz, 2020, pp. 140-141). La misma independencia y autonomía de la que hablábamos al referirnos a Robinson Crusoe.

Y es que, aunque el imperativo de la libertad ha dado lugar a indudables progresos en materia sexual y emocional, una vez que el centro de gravedad se desplaza de la normativa de los relatos colectivos al ámbito del solo deseo y voluntad del sujeto, desaparecen, desde luego, muchos de los inconvenientes de las lógicas relacionales tradicionales, pero también las reglas para enjuiciar la necesidad o las reglas de reciprocidad y compromiso que los sujetos establecen. Esto ha generado, según Illouz, la expansión en el campo afectivo de “vínculos negativos”, que son relaciones que “tienen propósitos difusos, poco claros, indefinidos o controvertidos”, sin “un guion reglamentario para la vinculación y desvinculación” y que (lo que es más preocupante) “imponen penalidades nulas o mínimas por su disolución” (Illouz, 2020, p. 139). Todo ello deriva de la aplicación de la lógica mercantil en la organización y establecimiento de los encuentros y las relaciones personales, favoreciendo dinámicas de consumo materializadas de forma prototípica en el sexo casual, “sin compromiso”, pero que no por ello dejan de generar desigualdades, tal como sigue ocurriendo en las distintas reglas establecidas para cada género[7] (Illouz, 2020, p. 309).

A la luz de estos hechos, Illouz afirma con rotundidad que el sujeto económico-sexual capaz de pasar rápidamente del match al ghosting es, en realidad, “el sujeto por excelencia de la modernidad”, aquel que realiza su individualidad a través de sus elecciones y deseos, que se muestra como verdadero soberano de su ser en tanto elige en función de sus emociones personales (Illouz, 2020, p. 146). El individuo, en la modernidad tardía, entiende su sexualidad y afectividad del mismo modo que entiende su economía: algo que no nos debe extrañar si, tal como había indicado al comienzo, entendemos la dinámica competitiva del capitalismo como telón de fondo de nuestros modelos de sujeto. Es este también el motivo por el que, desgraciadamente, tampoco nos extraña que, en la sección de autoayuda y crecimiento personal, todos los libros que podemos encontrar “comparten el mismo principio: búscate la vida y pisa a todo el que puedas por el camino” (Carmona & Padilla, 2022). Esto es, todos ellos nos invitan a guiarnos única y exclusivamente por nuestro criterio personal, en lugar de atender a las estructuras que están generando las diversas situaciones que generan conflictos entre nosotrxs. Sea como sea, la continuidad entre sexo-afectividad, individualidad y economía capitalista puede ser resumida en las siguientes palabras de Illouz:

Organizado bajo la égida del neoliberalismo, el capitalismo escópico crea una yoidad donde la economía y el sexo se entrelazan sin solución de continuidad y se realizan mutuamente. Ha emergido una nueva estructura de sentimientos que atraviesa, impregna e interconecta las esferas de lo económico y lo sexual, a la vez que genera una yoidad definida por una serie de características: flexibilidad (en forma de capacidad para circular entre múltiples parejas, acumular experiencias y llevar a cabo diversas tareas simultáneas); tolerancia al riesgo, a los fracasos y a los rechazos; y una intrínseca deslealtad (al igual que los accionistas, los amantes pueden retirarse para invertir en una “empresa” más rentable). Los agentes sexuales, tal como los agentes económicos, no solo operan con una conciencia agudizada de la competencia, sino que además adquieren destrezas de autosuficiencia y un sentido general de la precariedad. […] Como resultado, los agentes sexuales desarrollan técnicas para defender su autoestima o su valía, aliviar la ansiedad, incrementar su desempeño (emocional) e invertir en futuros inciertos, técnicas todas provistas por el expansivo mercado de la autoayuda, la psicología y la espiritualidad. (Illouz, 2020, pp. 309-310).

Para no terminar de forma tan pesimista, me gustaría poner de manifiesto que, desde hace algún tiempo, la filosofía y economía feministas han venido argumentando en contra de este modelo de subjetividad y vínculo. Muchas autoras llevan décadas poniendo de manifiesto que el funcionamiento de la sociedad y nuestra propia existencia serían imposibles de sustentarse únicamente en el modelo de individuo soberano que propugnó la modernidad filosófica y que, a nuestro pesar, promueve la dinámica competitiva del capitalismo. De esta forma, la Economía Feminista –pero también filósofas como Judith Butler y otras muchas– apuestan por entender al ser humano a partir la vulnerabilidad e interdependencia constitutivas que nos caracteriza por nuestra propia corporalidad.

La Economía Feminista, por su parte, lleva años observando la economía desde la perspectiva de la sostenibilidad y sostenimiento de la propia vida y atendiendo al trabajo más allá del estrecho ámbito de lo que el capitalismo considera “empleo” (que es tal si y solo si es capaz de generar réditos y beneficios apropiables privadamente por un capitalista). Esto les ha llevado a mostrar que, una vez se pone el foco en las actividades de reproducción social (por expresarlo sencillamente: el trabajo doméstico y de cuidados) tanto el trinomio ocio-consumo-trabajo como la dicotomía dependencia-autonomía, así como la supuesta oposición entre individualidad-colectividad, piden ser repensadas a causa de la indistinción de sus límites (Ezquerra, 2011; Pérez Orozco, 2014). Una indistinción que nos debe obligar a pensar no de qué modo podemos subsumir las especificidades del trabajo de reproducción a la forma de trabajo capitalista, sino que, más bien, debe servirnos para empezar a pensar desde nuestras necesidades de cuidado (y no las de la producción capitalista) el modelo institucional que ha de acompañarnos para llevarlos a cabo de la forma más justa y equitativa posible, sin imposiciones indeseables.

Este trabajo de crítica ha cristalizado en el ámbito filosófico, como ya he dicho, en la puesta de manifiesto de nuestra condición interdependiente. Autoras como Butler, Tithi Bhattacharya o Isabell Lorey apuntan a que la condición humana tiene que ser entendida condicionada y afectada de manera indefectible por la dependencia en los demás y en las estructuras e instituciones que conformamos con lxs otrxs. Esto implica que el sujeto autónomo de la Modernidad, que se entendía de forma acabada, encerrado en sí mismo, se considera desde la filosofía feminista algo imposible. El ser ha de ser considerado siempre desde la relación, desde la apertura al otro (L. Gil, 2014, 2018): algo que nos sitúa en total contraposición al individuo hobbesiano con el que hemos comenzado este texto.

Desde luego, dado el maltrecho estado de nuestra situación política y nuestra precaria salud mental, cabe preguntarse por la posibilidad transformativa de esta noción de sujeto. En este sentido, aunque sea cierto que no podamos dejar de admitir que nuestros vínculos siguen a día de hoy atados al individualismo moderno, comenzar a pensar de otra forma el sujeto implica, ya en sí mismo, un gran avance. Como plantea L. Gil (2014, p. 290), solo en el momento en que nos hacemos cargo de nuestra condición existencial precaria, vulnerable y relacional, podemos comenzar a imaginar escenarios de acción política diferentes, en lugar de (como sigue ocurriendo bajo el paradigma del sujeto competitivo de la esfera mercantil, bajo el modelo del homo oeconomicus) esconderla y ocultarla como si no existiera. Por ello, lo que ocurra de aquí en adelante no podrá ser sino tarea de todxs, así que a ella (n)os emplazo.

 

NOTAS A PIE DE PÁGINA

[1]Tal como muestra un informe de la Comisión Europea de 2018, 30 millones de personas en la Unión Europea se sienten solas con frecuencia. (Recogido en www.soledades.es).

[2]Esta dinámica de explotación y apropiación está muy presente en autoras como Pérez Orozco (2014) y Jason W. Moore (2020).

[3]Es el caso, por ejemplo, de Lady Bulwer Lytton, denunciado por el propio Marx en un artículo para el New York Tribune del 23 de Julio 1858.

[4]Con todas sus contradicciones, la reivindicación del movimiento sufragista y personajes como Clara Campoamor es muy relevante en este sentido.

[5]Particularmente en su concepción “masculinista”. Véanse las siguientes palabras de Di Stefano: “The «malestream» concept of autonomy captures […] the modern discovery and valuation of freedom, reason, and agency housed within a conception of the self as an independent and reflexive rational chooser. […] A number of themes recur in the literature: self-definition, self-mastery, self-determination, self-directedness, self-rule, self-respect, living in harmony with one’s (true) self, authenticity, and procedural independence in defining and identifying with the substance of these terms”.  (Di Stefano, 2018, pp. 98-99).

[6]Eva Illouz explica que el capitalismo escópico puede ser definido como una fase del capitalismo fuertemente consumista, en el que el aspecto se ha convertido en la característica central que condiciona el atractivo sexual de una persona. Este último se entiende también como un capital que representa su valía (Illouz, 2020, p. 180).

[7]Tal como nos explica Illouz, estas diferencias se hacen patentes en hechos como que “las mujeres recurren al mercado de consumo para acicalar sus cuerpos con el fin de producir valor a la vez sexual y económico, mientras que los hombres consumen la producción de valor sexual femenino para usarlo como indicador de estatus en palestras de competencia masculina”. (Illouz, 2020, p. 309).

 

BIBLIOGRAFÍA

 Butler, Judith (2020). The Force of Non-Violence. An Ethico-Political Bind. Verso.

Carmona, Marta & Padilla, Javier (2022). Malestamos. Cuando estar mal es un problema colectivo. Capitán Swing.

Di Stefano, Christina (1991). Configurations of Masculinity: A Feminist Perspective on Modern Political Theory. Cornell University Press.

(2018 [1996]). Autonomy in the Light of Difference. En Nancy J. Hirschmann & Christine Di Stefano (Eds.) Revisioning the Political. Feminist Reconstructions of Traditional Concepts in Western Political Theory (pp. 95-116). Routledge.

Ezquerra, Sandra (2011). Crisis de los cuidados y crisis sistémica: la reproducción como pilar de la economía llamada real. Investigaciones Feministas, (2), pp. 175-194. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4131471

Hobbes, Thomas (2015 [1651]). Leviatán, o la materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil. Gredos.

Illouz, Eva (2020). El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas. Katz.

Gil, Silvia (2014). Ontología de la precariedad en Judith Butler. Repensar la vida en común. Endoxa. Series Filosóficas, 34, pp. 287-302.

(2018). Vidas vulnerables, feminismo y crisis civilizatoria. En J. Solé Blanch y Asun Pié Balaguer (Coords.) Políticas del sufrimiento y la vulnerabilidad (pp. 39-54). Icaria.

Locke, John (1999 [1690]). Segundo tratado sobre el gobierno. Un ensayo sobre el verdadero origen, alcance y fin del gobierno civil. Edición y notas de Pablo López Álvarez. Biblioteca Nueva.

Moore, Jason W. (2020). El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y acumulación de capital. Traficantes de Sueños. Disponible en pdf: https://traficantes.net/libros/el-capitalismo-en-la-trama-de-la-vida

Pérez Orozco, Amaia (2014). Subversión feminista de la economía. Apuntes para el conflicto capital-vida. Traficantes de Sueños. Disponible en pdf: https://traficantes.net/libros/subversi%C3%B3n-feminista-de-la-econom%C3%ADa

Zaharijević, Adriana (2020). Becoming a Master of an Island Again: On the Desire to be Bodiless. Redescriptions: Political Thought, Conceptual History and Feminist Theory 23(2), pp. 107–119. DOI: https://doi.org/10.33134/rds.322

(2021). Independent and Invulnerable: Politics of an Individual. En B. Rodríguez López, N. Sánchez Madrid & A. Zaharijević (Eds.) Rethinking Vulnerability and Exclusion. Historical and Critical Essays (pp. 83-100). Palgrave MacMillan.

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Tiranías terapéuticas en los feminismos de base. BOLETÍN N50 primavera 2024

Tiranías terapéuticas en los feminismos de base[1]

Laura Yustas

Cuando me siento a escribir sobre salud mental lo hago siempre en compañía. A un lado está mi familiar psiquiatrizada y en muchos casos maltratada por las instituciones y sus profesionales; al otro, mis compañeras de militancia feminista. La experiencia compartida con la primera me recuerda que hay personas que sufren, que ese dolor es real y que los esfuerzos para reducirlo muchas veces lo amplifican. También me muestra la dificultad para salir de una misma hacia un común transformador en un momento personal en que las acciones más cotidianas suponen un reto. La proximidad con las segundas, en cambio, me acerca a las narrativas que se refieren a la dificultad para seguir militando, al miedo a perderse en lo colectivo, de la necesidad de encontrarse a sí mismas. En cierto sentido, podríamos considerar que se trata de dos caras de la misma moneda: dos efectos devastadores de la hegemonía de lo terapéutico en nuestras vidas. Aprovecharé el ejercicio de escribir en un boletín cómplice en cuestiones antipsiquiátricas para escuchar más el lado de mis compañeras de militancia y compartir algunas ideas sobre cómo considero que la expansión de la cultura terapéutica está afectando a la movilización social. Las ramificaciones de lo terapéutico son complejas y diversas, así que he incluido un esquema general en el que he trazado algunas de ellas.

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Editorial. BOLETÍN N50 primavera 2024

Hace cuatro años que la pandemia dinamitó el delirio de invulnerabilidad y control que nos hacía la vida tan llevadera. Hizo casi incuestionable, la idea de que el otrx, especialmente el de afuera, era una fuente de daño. Nos mostró, pese a nuestros deseos de no ver, que para proteger al otrx teníamos que morir en soledad y sin despedidas, que el amor y los lazos de cooperación y solidaridad eran aliados de segunda, sin embargo, también dejó claro que había personas que corrían riesgos para mantenerlos, porque sin ellos estábamos perdidxs. Pudimos ver que lxs jóvenes se rebelaban ante normas deshumanizadas y buscaban encontrarse con sus iguales para lidiar con la angustia, o los malos tratos y los abusos que se producían en algunos confinamientos. En la rebeldía palpitaba el deseo de vivir.

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BOLETÍN N50 primavera 2024. Completo

Nueva edición de nuestro, siempre, esperado boletín.

AMSM Nº 50 INVIERNO 2024

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Al Borde del Colapso: Crisis de RRHH en la Atención de Salud Mental en la Comunidad de Madrid.

La Junta Directiva de la Asociación Madrileña de Salud Mental alerta sobre la situación alarmante en el Centro de Salud Mental (CSM) de Arganda, reflejo de una crisis más amplia en la gestión de los recursos humanos de red de atención la salud mental del Servicio Madrileño de Salud. 

En las últimas dos semanas hemos sido testigos de la renuncia de dos psicólogas clínicas y una psiquiatra en el citado centro que se suma a la ya crítica falta de personal que adolece la zona. Esta situación, de la que venían alertando pacientes y profesionales, generaba y genera inadmisibles listas de espera, con tiempos para una primera consulta de hasta un año en psicología clínica y seis meses en psiquiatría. Más preocupante aún es la dilación en las consultas de seguimiento, esenciales para el adecuado tratamiento de los pacientes, que se extienden más de un mes para casos graves y hasta seis meses para los leves, haciendo inviable cualquier abordaje efectivo en salud mental.

La inacción frente a esta situación genera un círculo vicioso: el deterioro de las condiciones laborales para los profesionales que se quedan, lleva a una disminución en la calidad de atención e incremento de la ya insostenible saturación, incentivando aún más la marcha de especialistas hacia otras áreas o comunidades, lo que a su vez agrava la escasez de personal y perpetúa el ciclo.

Este panorama es el resultado de dos décadas de negligencia en la planificación de Recursos Humanos en salud mental. La falta de cobertura de jubilaciones, la normalización de modelos de contratación temporal y la precarización de las plantillas han socavado las bases de un sistema ya de por sí frágil. Ejemplo de esto  es la OPE de estabilización de psicología clínica y psiquiatría, pendiente de resolver, dónde se ha convocado una oferta que no llega a cubrir el 20% de los profesionales en ejercicio y donde se observan casos flagrantes en los que, a día de hoy, existen profesionales en ejercicio con más de 20 años de servicio en el SERMAS sin una plaza fija y en claro fraude de ley. Otro ejemplo es que muchos de los profesionales que trabajan en la red en la actualidad han podido llegar a acumular más de 40 contratos temporales entre los años 2008-2018.

Las proyecciones del Ministerio de Sanidad solo agravan la perspectiva, anticipando un déficit grave de psiquiatras en nuestra comunidad, que no se resolverá hasta 2035. A esto se suma el aumento de la demanda de servicios de salud mental, exacerbada por los recortes en sanidad y los efectos de la pandemia.

Ante este desalentador panorama, la respuesta de las autoridades dista mucho de una política de retención activa de profesionales. Las condiciones laborales siguen deteriorándose. A día de hoy no solo no se ofrecen incentivos que fomenten el ejercicio profesional en nuestra Comunidad, sino que en muchos casos las condiciones de trabajo no reúnen los estándares mínimos de seguridad y salud en el trabajo. La situación en el CSM de Arganda y su dependencia del hospital del Sureste, catalogado como centro de difícil cobertura del SERMAS -pero sin más medidas para abordar esta problemática-, es un claro ejemplo de la inacción y el desinterés por parte de la Consejería de Sanidad hacia los profesionales del sector. 


Desde la Asociación Madrileña de Salud Mental, al igual que han hecho las compañeras de otras asociaciones, instamos a la Consejería de Sanidad a llevar a cabo un plan de choque de retención de RRHH. Es imperativo abordar de manera integral la problemática de retención de especialistas en psicología clínica, psiquiatría y el resto de profesiones que trabajan en la red de atención a la salud mental (trabajo social, enfermeras especialistas, terapia ocupacional, educación social, etc.). De esta manera se garantiza la accesibilidad y la calidad de los servicios de salud mental para la población, asegurando al mismo tiempo un entorno de trabajo seguro y digno para todos los profesionales que trabajan en el. La salud mental de nuestra comunidad no puede esperar más.

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Manifiesto de la Asociación Madrileña de Salud Mental ante la situación en Gaza. 

Llevamos semanas asistiendo a una masacre devastadora que ha dejado ya más de 11000 muertos, prácticamente la mitad de ellos niños y niñas. En la franja de Gaza ha muerto una de cada doscientas personas, lo que trasladado a nuestro contexto equivaldría a que hubieran sido asesinados 237000 españoles en un mes. A estas cifras, imposibles de visualizar, se añade el asistir a múltiples crímenes de guerra cometidos por el estado de Israel, que de forma sistemática está atacando a población civil, escogiendo como objetivos militares infraestructuras civiles, escuelas y con particular saña, hospitales. No solo estamos viendo este sinfín de violaciones del derecho internacional con la connivencia, y en algunos casos colaboración, del resto de países del mundo, sino que escuchamos declaraciones escalofriantes de dicho gobierno justificando una limpieza étnica, e incluso manifestaciones de su sociedad civil como el infame comunicado de médicos israelíes publicado hace unos días en el que urgían a bombardear los hospitales de Gaza. Como sociedad civil en primer lugar, como profesionales de la salud, y en particular de la salud mental, nos horroriza esta situación y no podemos ni debemos permanecer calladas. 

Las redes sociales, única vía de comunicación (interrumpida frecuentemente por Israel) que está teniendo el pueblo gazatí ante la prohibición de entrada de periodistas que ha realizado Israel, se han convertido en un hervidero de imágenes durísimas, de prematuros sin incubadora condenados a la asfixia, personas asesinadas (en su mayoría niños y bebés) de forma extremadamente violenta… cientos de imágenes enormemente traumáticas de un genocidio que se está documentando en directo y ante el cual la comunidad internacional ha decidido permanecer de brazos cruzados. Ser testigos a diario de esos crímenes contra la humanidad, retransmitidos con toda su crudeza pero sin capacidad alguna, al menos inmediata, de impedir tantísimo dolor resulta desolador y alienante.

No hay determinante social más claramente generador de sufrimiento psíquico que las guerras. En numerosas ocasiones nos hemos mostrado críticos con que, a la hora de hablar de salud mental y determinantes sociales, organizaciones como la OMS limiten su discurso a aspectos que pensábamos sobradamente evidentes como señalar que no deberían existir las guerras. Los acontecimientos del último mes, el blanqueamiento sistemático de los crímenes de guerra y la doble vara de medir internacional, nos han demostrado que dichas aseveraciones distaban mucho de ser obvias. 

Es imprescindible señalar las guerras como el inmenso generador de daño psíquico que son. Y esto aplica a todas las guerras, incluyendo el resto de conflictos armados activos en el mundo, si bien en estos casos la reacción internacional casi unánime de rechazo, así como las sanciones internacionales a países iniciadores de conflictos como el caso reciente de Rusia, demuestran que existe un consenso general de repudia ante las acciones bélicas, un respeto al derecho internacional y unas consecuencias para quien decide violarlo. Una esperanza en nosotros mismos como humanidad. 

Sin embargo en el caso del genocidio de Gaza prima una pasividad aterradora. Una pasividad que solo puede entenderse desde un profundo racismo estructural y una islamofobia socialmente muy arraigada, que no tiene reparos en afirmar que la vida de un niño gazatí vale menos que la de cualquier otro niño. El mismo racismo e islamofobia que ha justificado durante décadas el proceso de apartheid al que se ve sometida la población palestina sin el cual no se habría producido la situación actual.

La sociedad civil tiene la obligación de actuar. Los profesionales de la salud mental no podemos considerarnos tales si no alzamos la voz ante una injusticia tan atronadora y paralizante que no permite ser expresada en palabras. No es posible el bienestar psíquico en un mundo que tolera lo que se está tolerando en Gaza. No puede haber salud mental en un mundo en el que organizaciones como Médicos Sin Fronteras, o Naciones Unidas ven cómo su personal se convierte en objetivo militar. No puede haber salud mental en un mundo en el que el ministro de salud de un país tiene que dar una rueda de prensa rodeado de cadáveres en un hospital bombardeado, en el que francotiradores del ejército con más medios del mundo disparan a pacientes ingresados en un hospital, en el que se convierte a los hospitales en objetivos militares, en clarísima violación del derecho internacional. Habrá consecuencias para la salud mental de un mundo que se ha situado como testigo pasivo de una masacre indiscriminada contra población civil.

La imagen de un padre transportando en una mano el cadáver de su hijo amortajado mientras en la otra lleva el cuerpo de su bebé fallecido en una bolsa de plástico debería haber detenido al mundo entero. Si no detiene al mundo, sí a nosotras. Cada uno de esos niños gazatís asesinados es toda la humanidad, es todas nosotras. 

El 28 de octubre un joven palestino escribía en Twitter el siguiente texto: “Me llamo Khalil, tengo 27 años, estudié literatura inglesa y tengo sueños, ambiciones y metas. Puedo amar, puedo disfrutar, puedo trabajar y puedo cumplir. Si soy asesinado no quiero ser un número más. Decid mi nombre, contad mi historia y rezad por mí. Yo no soy un número, soy un planeta entero.” Diversas fuentes confirmaron que Khalil, su mujer y sus dos hijos fueron asesinados dos días después, el 30 de octubre, en un bombardeo del ejército israelí. 

No es tolerable, ni un minuto más. Animamos a todos los colectivos de la sociedad civil a manifestarse, en particular a aquellos que tienen relación con la salud y el cuidado. No existirán ni la salud ni el cuidado mientras el mundo tolere esta infamia.

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El Panóptico. BOLETÍN N49 PRIMAVERA 2023

A ESTA INVITA LA CIENCIA

Hundredfires Vasques. Redacción del Panóptico, Balearia Central.

Posicionamiento oficial de la OMS sobre el uso de psicodélicos en contexto terapéutico. Tras casi 3 años de deliberaciones a puerta cerrada en torno al uso de hongos psilocibios, ácido lisérgico y variantes de la ketamina en beneficio de los consultantes el portavoz de la comisión de expertos, Leandro Gado, ha afirmado: “si ya saben cómo me pongo, pa qué me invitaaaan”.

 

BYE BYE MAPEO DE ACTIVOS, HELLO GUÍA MICHELÍN 

Anne Tan. Redacción del Panóptico, Daganzo de abanjo.

Inauguran “Nueva Chiringonia”, el primer parque frenotemático de Madrid y Las Españas. “Con tantas unidades superespecíficas, que un residente no alcanzaría a pasar por todas ellas a lo largo de su proceso formativo”, según fuentes del parque. Entre sus novedosas atracciones se incluyen el programa de TDAH tardío y del anciano, la Unidad de Pica Subaguda Recurrente y el MNN (Museo Nacional del Narcisismo). Además, contará con el sello de institución ecosostenible, pues con los excedentes energéticos del programa de TEC de mantenimiento “Sparkland” se pretende dotar de red eléctrica a la Cañada Real. “No hemos reparado en gastos”. Los residentes más implicados contarán con un Speedy Pass para ahorrarse colas y vistos buenos de las comisiones de docencia. “Un residente flecha puede saltar de chiringuito en chiringuito y acabar la residencia sin haber hecho un solo seguimiento” comentó orgulloso el director de Chiringonia, Elonso Muskango.

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HEMOS ESTADO…Capitalismo y sufrimiento psíquico. Reflexiones para la acción. La situación de la salud mental en la Comunidad de Madrid. BOLETÍN N49 PRIMAVERA 2023

 

 

Álvaro Cerame y Concha Vicente

LA SITUACIÓN DE LA RED DE ATENCIÓN A LAS PERSONAS CON PROBLEMAS DE SALUD MENTAL

A finales del año pasado, fuimos invitados a participar en un encuentro organizado por Enclave-Átopos sobre: Capitalismo y sufrimiento psíquico.  Durante el mismo, tuvimos el privilegio de poder participar como AMSM en la primera mesa para aportar nuestra visión sobre la Situación de la salud mental en la Comunidad de Madrid.

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HEMOS LEÍDO…Malestamos. Cuando estar mal es un problema colectivo. BOLETÍN N49 PRIMAVERA 2023

 

 

Paloma Coucheiro Limeres

 

Todo aquello que pudo ser y no fue nos sume en una tristeza melancólica que resume brillantemente la película Deseando amar. Los protagonistas, enamorados, reprimen su deseo a lo largo de las subidas y bajadas por las estrechas calles de Hong Kong, en las que sus cuerpos se cruzan constantemente sin llegar a tocarse. La película de Wong Kar Wai ilustra el sentimiento universal que acongoja al ser humano ante el fracaso de la realización de sus deseos más íntimos. Si bien la película se centra en un plano afectivo de esta nostalgia por el pasado, el último libro de Marta Carmona y Javier Padilla, Malestamos, amplía esta mirada al conjunto de nuestras vidas; aquellas en las que el pasado se convierte en nebulosa, el presente en martirio y el futuro en inalcanzable.

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