Editorial. BOLETÍN N50 primavera 2024

Hace cuatro años que la pandemia dinamitó el delirio de invulnerabilidad y control que nos hacía la vida tan llevadera. Hizo casi incuestionable, la idea de que el otrx, especialmente el de afuera, era una fuente de daño. Nos mostró, pese a nuestros deseos de no ver, que para proteger al otrx teníamos que morir en soledad y sin despedidas, que el amor y los lazos de cooperación y solidaridad eran aliados de segunda, sin embargo, también dejó claro que había personas que corrían riesgos para mantenerlos, porque sin ellos estábamos perdidxs. Pudimos ver que lxs jóvenes se rebelaban ante normas deshumanizadas y buscaban encontrarse con sus iguales para lidiar con la angustia, o los malos tratos y los abusos que se producían en algunos confinamientos. En la rebeldía palpitaba el deseo de vivir.

Pudimos constatar que había fisuras en el sistema por las que se escapaban los derechos humanos y la ética, pero también por las que podíamos introducir pequeñas cargas que permitieran una demolición de lo dañino; que la salud, con toda su complejidad, se había vuelto a reducir a la ausencia de síntomas físicos y que esto ya no nos servía.

Creamos nuestrxs héroes de carne y hueso, a las que adjudicamos los atributos de los que nos sentíamos desposeídxs, y cuando destaparon su propia vulnerabilidad y su falta de cuidados los transformamos en villanxs (lugar donde algunxs aún los siguen colocando). Con mucho coste, se desenmascaró la precariedad laboral y asistencial en la que se habían sumido la sanidad pública y los recursos sociales y se encontró un nuevo impulso para los movimientos en la defensa de unos cuidados dignos para todxs.

Pagamos un alto precio en términos de salud mental por todo ello, no obstante, el golpe nos obligó a mirar hacia los determinantes sociales de la locura como no se había hecho antes. Pareció que por fin se tenían en cuenta las condiciones de vida, y que la biología dejaba de ser el eje en el que pivotaban las explicaciones y los cuidados.

Se nos ha llenado la boca de salud mental hasta quedar desvaído su significado. El tema está en la agenda política, en los programas de televisión, en las salas de espera, en las filas de los mercados… la gente puede decir que ha sufrido y esto no es poca cosa.

Se ha generalizado cierta conciencia de que los determinantes sociales son fundamentales en la comprensión del sufrimiento, al menos del de intensidad moderada, sin embargo, tras estos cuatro años no ha habido cambios sustanciales, ni en recursos, ni en políticas sociales. Y una vez más nos vemos tratando de lidiar con dos discursos casi contrapuestos, cuya incompatibilidad se enmascara y se niega: se sufre por las condiciones de vida, pero el sistema ofrece fármacos, psicoterapia e intervenciones individuales, quedando sobre la mesa que la mejoría es una cuestión individual y depende de lo que haga cada unx.

La tentación del remedio sencillo e inmediato es fuerte, la sensación de desamparo casi intolerable y muy alta la desconfianza en que podamos demoler y construir con otros; tendemos a defendernos de un cambio costoso e incierto, pero no podemos borrar lo que se ha desvelado, y la inquietud que nos genera es un motor. Cada vez son más los discursos en torno a la necesidad de transformar los contextos utilizando el poder colectivo, cada vez está más claro que el individualismo nos cuesta la vida.

Lxs niñxs y jóvenes nos están mostrando de manera descarnada que la vida se está haciendo inhabitable y ante un futuro en el que no encuentran demasiada esperanza, nos agitan con sus conductas, sus trasgresiones, su manera de visibilizar el sufrimiento. Actúan el dolor a través de los medios que su etapa evolutiva les permite: se activan en exceso, se “portan mal”, se muestran irritables, agresivxs, protestan (se oponen), se evaden con sustancias, y en ausencia de un adultx contenedor, se aíslan buscando un mundo paralelo que puedan controlar. Unxs están en lucha y desean ser vistxs, otrxs nos recuerdan que una vida inhabitable puede hacer de la muerte una alternativa digna.

Algunxs encuentran sostén y acompañamiento en sus seres queridxs y sus iguales, otrxs reciben del adultx una respuesta de delegación de los cuidados en los recursos sociosanitarios, sin que haya una mínima reflexión sobre sus condiciones de vida. Su sufrimiento se diagnostica, se medicaliza y se silencia en la institución.

Una de las grandes estrellas diagnósticas de los últimos años es el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, un enorme cajón de sastre en donde estarían contenidas la mayoría de las manifestaciones de sufrimiento de la población infanto-juvenil. En el informe Trastorno por déficit de atención primaria: Análisis crítico del Protocolo de atención a personas con TDAH en Atención Primaria de la Comunidad de Madrid [1]elaborado por la AMSM, alertamos sobre el incremento exponencial de estos diagnósticos y reflexionamos sobre la descontextualización del síntoma, la utilidad de los protocolos de atención y su posible iatrogenia. Como se señala en el documento: Es generalizada la disminución de la capacidad de concentración, la dificultad para dedicar tiempo de calidad a las relaciones, la búsqueda de la estimulación constante, el modo en que la tecnología nos la ofrece, casi siempre vinculada al consumo de uno u otro bien. Esta crisis de la atención sucede en un contexto de aceleración vertiginosa, donde el desarrollo humano se confunde con una emprendeduría personal sin horarios, y una creciente exigencia de rendimiento profesional y social cuyos efectos probablemente sólo estamos empezando a vislumbrar…. En una época marcada por la prisa e incertidumbre, los tiempos de la infancia siguen teniendo que ser respetados y acompañados por unas estructuras (familiar, escolar, barrial) que vemos cada vez más fragilizadas y depauperadas”.

El sufrimiento descontextualizado y medicalizado nos lleva irremediablemente a una sociedad anestesiada, cronificada y sometida que da por buenos entornos insalubres.

La historia nos dice que las personas tendemos a eludir las reparaciones y a reconstruir sobre las ruinas o en otro lugar, albergando la fantasía de que escapar es posible. Estos tiempos de inmediatez y simplificación nos invitan a desestimar la reflexión y las acciones que no tengan un impacto rápido y visible.

A veces se nos olvida que los grandes cambios se han producido porque mucha gente ha mantenido una lucha colectiva renunciando a la posibilidad de cosechar los frutos mientras vivían, sabiendo que solo así las generaciones siguientes podrían disfrutarlos.

Sigamos buscando el modo de construir un mundo habitable, para la generación presente y la futura. Aún estamos a tiempo.

 

Junta AMSM

 

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