Manifiesto de la Asociación Madrileña de Salud Mental ante la situación en Gaza. 

Llevamos semanas asistiendo a una masacre devastadora que ha dejado ya más de 11000 muertos, prácticamente la mitad de ellos niños y niñas. En la franja de Gaza ha muerto una de cada doscientas personas, lo que trasladado a nuestro contexto equivaldría a que hubieran sido asesinados 237000 españoles en un mes. A estas cifras, imposibles de visualizar, se añade el asistir a múltiples crímenes de guerra cometidos por el estado de Israel, que de forma sistemática está atacando a población civil, escogiendo como objetivos militares infraestructuras civiles, escuelas y con particular saña, hospitales. No solo estamos viendo este sinfín de violaciones del derecho internacional con la connivencia, y en algunos casos colaboración, del resto de países del mundo, sino que escuchamos declaraciones escalofriantes de dicho gobierno justificando una limpieza étnica, e incluso manifestaciones de su sociedad civil como el infame comunicado de médicos israelíes publicado hace unos días en el que urgían a bombardear los hospitales de Gaza. Como sociedad civil en primer lugar, como profesionales de la salud, y en particular de la salud mental, nos horroriza esta situación y no podemos ni debemos permanecer calladas. 

Las redes sociales, única vía de comunicación (interrumpida frecuentemente por Israel) que está teniendo el pueblo gazatí ante la prohibición de entrada de periodistas que ha realizado Israel, se han convertido en un hervidero de imágenes durísimas, de prematuros sin incubadora condenados a la asfixia, personas asesinadas (en su mayoría niños y bebés) de forma extremadamente violenta… cientos de imágenes enormemente traumáticas de un genocidio que se está documentando en directo y ante el cual la comunidad internacional ha decidido permanecer de brazos cruzados. Ser testigos a diario de esos crímenes contra la humanidad, retransmitidos con toda su crudeza pero sin capacidad alguna, al menos inmediata, de impedir tantísimo dolor resulta desolador y alienante.

No hay determinante social más claramente generador de sufrimiento psíquico que las guerras. En numerosas ocasiones nos hemos mostrado críticos con que, a la hora de hablar de salud mental y determinantes sociales, organizaciones como la OMS limiten su discurso a aspectos que pensábamos sobradamente evidentes como señalar que no deberían existir las guerras. Los acontecimientos del último mes, el blanqueamiento sistemático de los crímenes de guerra y la doble vara de medir internacional, nos han demostrado que dichas aseveraciones distaban mucho de ser obvias. 

Es imprescindible señalar las guerras como el inmenso generador de daño psíquico que son. Y esto aplica a todas las guerras, incluyendo el resto de conflictos armados activos en el mundo, si bien en estos casos la reacción internacional casi unánime de rechazo, así como las sanciones internacionales a países iniciadores de conflictos como el caso reciente de Rusia, demuestran que existe un consenso general de repudia ante las acciones bélicas, un respeto al derecho internacional y unas consecuencias para quien decide violarlo. Una esperanza en nosotros mismos como humanidad. 

Sin embargo en el caso del genocidio de Gaza prima una pasividad aterradora. Una pasividad que solo puede entenderse desde un profundo racismo estructural y una islamofobia socialmente muy arraigada, que no tiene reparos en afirmar que la vida de un niño gazatí vale menos que la de cualquier otro niño. El mismo racismo e islamofobia que ha justificado durante décadas el proceso de apartheid al que se ve sometida la población palestina sin el cual no se habría producido la situación actual.

La sociedad civil tiene la obligación de actuar. Los profesionales de la salud mental no podemos considerarnos tales si no alzamos la voz ante una injusticia tan atronadora y paralizante que no permite ser expresada en palabras. No es posible el bienestar psíquico en un mundo que tolera lo que se está tolerando en Gaza. No puede haber salud mental en un mundo en el que organizaciones como Médicos Sin Fronteras, o Naciones Unidas ven cómo su personal se convierte en objetivo militar. No puede haber salud mental en un mundo en el que el ministro de salud de un país tiene que dar una rueda de prensa rodeado de cadáveres en un hospital bombardeado, en el que francotiradores del ejército con más medios del mundo disparan a pacientes ingresados en un hospital, en el que se convierte a los hospitales en objetivos militares, en clarísima violación del derecho internacional. Habrá consecuencias para la salud mental de un mundo que se ha situado como testigo pasivo de una masacre indiscriminada contra población civil.

La imagen de un padre transportando en una mano el cadáver de su hijo amortajado mientras en la otra lleva el cuerpo de su bebé fallecido en una bolsa de plástico debería haber detenido al mundo entero. Si no detiene al mundo, sí a nosotras. Cada uno de esos niños gazatís asesinados es toda la humanidad, es todas nosotras. 

El 28 de octubre un joven palestino escribía en Twitter el siguiente texto: “Me llamo Khalil, tengo 27 años, estudié literatura inglesa y tengo sueños, ambiciones y metas. Puedo amar, puedo disfrutar, puedo trabajar y puedo cumplir. Si soy asesinado no quiero ser un número más. Decid mi nombre, contad mi historia y rezad por mí. Yo no soy un número, soy un planeta entero.” Diversas fuentes confirmaron que Khalil, su mujer y sus dos hijos fueron asesinados dos días después, el 30 de octubre, en un bombardeo del ejército israelí. 

No es tolerable, ni un minuto más. Animamos a todos los colectivos de la sociedad civil a manifestarse, en particular a aquellos que tienen relación con la salud y el cuidado. No existirán ni la salud ni el cuidado mientras el mundo tolere esta infamia.

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