Nicolás Caparrós (1941-2021)
Supe de la muerte de Nicolás a la mañana siguiente a través de un wasap de Begoña Olabarría (“Toño, no sé si sabes que Nicolás Caparrós ha fallecido. Un abrazo”). De entonces acá me han ido apareciendo los ecos de una relación con quien, por su edad, podía haber sido mi hermano mayor, y que influyó en mi aprendizaje del oficio de psiquiatra durante los 70, ese período de nuestras vidas que se corresponde con la progresiva y visible descomposición de la dictadura – la renqueante agonía del tardofranquismo – y un ilusionado proceso de transición hacia lo que acabaríamos sintiendo, tal vez, como una gris democracia parlamentaria.
Aquella misma tarde colgué en Facebook una foto suya junto a mi particular homenaje hacia quien, a finales del 71, fue mi jefe de servicio en el Hospital Santa Isabel de Leganés al iniciar mi residencia de psiquiatría en Madrid. Un hospital en vías de cambio que trataban de convertir en referencia de la modernización asistencial desde el PANAP1, un organismo creado para intentar reflotar la raquítica asistencia psiquiátrica española de la mano de Adolfo Serigó, un tecnócrata con afanes reformistas.
La última vez que buceé en su intensa y continuada producción escrita fue en 2018, indagando las últimas publicaciones de Antonio Colodrón mientras preparaba su despedida en Cuadernos de Psiquiatría Comunitaria, tal como me había pedido Víctor Aparicio. Descubrí una participación breve y jugosa de Antonio en el primer tomo de una obra monumental titulada “El viaje a la complejidad” y coeditada, precisamente, por dos psiquiatras pioneros de aquel viejo Leganés, Nicolás Caparrós y Rafael Cruz Roche, presentes – y directo participante en el caso de Nicolás – en mi formación y trayectoria profesional desde sus jefaturas de “hombres y mujeres” 2.
Resulta que cuando hice el examen para la residencia – entonces la selección se llevaba a cabo en cada hospital -, Nicolás y yo ya nos conocíamos, al punto que se ocupó personalmente de que me incorporara a su Servicio, donde iba a tener de adjunto a otro “ex del Sanatorio de Alcohete” de reciente traslado, Juan Casco Solís.
¿Pero cómo nos habíamos conocido? Aquí es cuando empiezan a bailarme las imágenes y los recuerdos, al punto de no estar seguro de distinguir siempre entre lo que pudo haber ocurrido y mi propia imaginación…
Creo que fue precisamente Antonio Colodrón – por quién Nicolás siempre mantuvo una especial relación de afecto y respeto intelectual – quien nos puso en contacto. Yo había conocido a Colodrón en su consulta de Profesor Waksman siendo estudiante de medicina y a través de Rafa Lozano, médico internista y profesor en la Cátedra de Patología General de José Casas, viejo republicano. Junto con Pedro Zarco, representantes ambos de los médicos del Hospital Clínico, habían sido represaliados por oponerse a la entrada de “los grises”3 en el hospital. Estamos en aquellos cursos universitarios de 1966-67 y 67-68 llenos de conflictos desde el curso anterior en que habían despojado de sus cátedras a Agustín García Calvo, Tierno Galván y José Luis Aranguren por mostrar su apoyo a alguna de nuestras reivindicaciones.
Ese encuentro con Nicolas pudo ser en 1971, cuando yo trabajaba en el Sanatorio Psiquiátrico de Oña, de la Diputación de Burgos, en una reunión de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática , ¡ dios sabe en qué lugar y con qué fecha ¡, en la que intervenía Colodrón y cuyo principal bruñidor era Rof Carballo, un médico internista de la segunda república – había nacido en 1905 – que se había formado en Viena – donde conocería a Freud – con una beca de la Junta de Ampliación de Estudios y que colaboraría después de la guerra civil en Madrid con médicos tan ilustres como Jiménez Díaz y Gregorio Marañón. Después de publicar a finales de los 40 un importante tratado sobre patología psicosomática y no pudiendo aspirar a catedrático de psiquiatría por su falta de sintonía con López Ibor, fundó dicha sociedad en los 50 con el doble objetivo de promover el desarrollo de una medicina de corte antropológica que diera cabida a importantes elementos del psicoanálisis y facilitar en torno a ella un espacio con cierta autonomía respecto de la psiquiatría madrileña académica del momento 4.
En el caso de la generación que había venido al mundo pasada la guerra civil y que asumiría un papel protagonista en las reformas psiquiátricas de los años 70 y 80 – denominada con éxito por Víctor Aparicio “la generación psiquiátrica del 72” – la vinculación más importante se llevaría a cabo, sin embargo, con la refundada Asociación Española de Neuropsiquiatría, de gran protagonismo en los años republicanos, especialmente a partir de ocupar Luis Valenciano, discípulo de Lafora, su presidencia a partir de 1967 y hasta el Congreso de Benalmádena (Malaga), en 1971, donde esbozaría un discurso crítico sobre la situación en que se encontraba la psiquiatría española dando oportunidad a la incorporación de un buen número de nuevos profesionales. 5
En todo caso, se ha dicho de nuestra generación que al carecer de maestros se vio forzada a un desarrollo científico y profesional de corte autodidacta. Lo que parece reforzarse viendo nuestra reacción negativa en la universidad hacia aquellos psiquiatras a los que la dictadura había otorgado el poder psiquiátrico en sus ámbitos político y académico, principalmente Antonio Vallejo-Nágera y Juan José López Ibor 6. Visto con cierta perspectiva, sin embargo, es posible detectar “roturas” en la uniformidad del pensamiento psiquiátrico de la dictadura, apareciendo en la vida formativa de cada uno de nosotros – que sin duda tuvo un gran componente autodidacta -, distintos puntos de apoyo, de referencia y de estímulo, ya estuvieran más cercanos o más lejanos en el tiempo, ya se dieran en el ámbito de la colaboración directa o mediante la lectura de sus obras y el diálogo sobre la misma. De forma que referentes ajenos al pensamiento más oficialista nos fueron ayudando a diversificar la manera de afrontar tanto el ejercicio de la psiquiatría como el propio pensamiento psiquiátrico a muchos de nosotros. 7
En mi caso, y obviando la figura de Rof Carballo, que había nacido en 1905, personas como Carlos Castilla, nacido en el año 22 y que al no poder formar parte – como era su deseo – de aquella nueva generación de catedráticos 8 que se irá desarrollando de la mano de López Ibor, optará por un desarrollo intelectual e investigador propio influyendo sobre las nuevas generaciones con sus escritos desde su modesto Dispensario de Córdoba. Y lo mismo ocurrirá con Antonio Colodrón, nacido en el año de proclamación de la II República, que desarrollará un pensamiento lleno de originalidad desde la Asamblea de Cruz Roja en la calle Pozas de Madrid. E igual con Nicolas Caparrós, hermano mayor de esta generación al igual que Juan Casco – los dos habían nacido en 1941- y que dedicará todas sus energías y creatividad primero a la reforma de la institución psiquiátrica de la mano de los nuevos vientos antipsiquiátricos y con posterioridad a la investigación clínica y la enseñanza de aspectos básicos de nuestra disciplina desde novedosas perspectivas críticas y nada académicas. De esta forma, nuestro rechazo a una psiquiatría que nos había llegado envuelta en los valores de la dictadura pudo ir compensándose con nuevos contenidos y actitudes a través de personas mayores que nosotros que nos fueron ayudando a crecer de forma mucho más abierta en nuestro camino profesional. En mi caso, Nicolas Caparrós fue una de esas personas.
Pero volviendo a mi mundo de recuerdos y como si de aquella insólita película de Woody Allen, “Zelig” (1983) se tratara, la figura de Nicolás me acompaña también en mi época de universitario. Le veo a finales de 1969, en la Facultad de Medicina de la Complutense, en las últimas oposiciones a Cátedra que hiciera Carlos Castilla, con López Ibor en el tribunal, y donde no pasó del segundo ejercicio hasta el punto de montarse una buena bronca en la que ambos participamos y Nicolás con mucho más protagonismo y vehemencia que yo. Y también me parece verlo en aquella conferencia que había dado Castilla el invierno anterior en Madrid, en la Facultad de Ciencias Económicas, con el aula magna a rebosar y donde después de hacer confesión pública de su pensamiento marxista, aquello acabaría en una bronca descomunal entre carreras a la salida del acto.
El caso es que desde mi entrada en el servicio “de hombres” que dirigía Caparrós me iba a encontrar cómodo con su filosofía asistencial, su actitud crítica hacia las cosas y el objetivo común de humanización y cambio de aquellas instituciones de las que ya habíamos tenido experiencia previa cada uno, él en el Sanatorio de Alcohete (Guadalajara) y yo en el Sanatorio de Oña (Burgos). Esa mirada anti-institucional y reformista marcará desde el inicio mi residencia en Leganés de la mano de Juan Casco y Nicolas Caparrós, e igualmente, la horizontalidad en el trato, la importancia dada a la relación interpersonal y al trabajo tanto en grupo cómo en asamblea. Sólo dentro de aquel clima – que contaba con la permisividad institucional – se pueden entender los rápidos cambios en la vida de los internos con el apoyo de todo el equipo asistencial, “hermanas”9 incluidas, las asambleas de enfermos, la aparición de cubiertos en el comedor además de la cuchara, las salidas del manicomio con los pacientes, los partidos de fútbol, los bailes con música en “la sala de hombres” o el estímulo para incluir todo tipo de medidas psicoterapéuticas en nuestra práctica asistencial .¿Cómo no recordar la reunión diaria de buenos días que hacíamos en el servicio pacientes y personal para empezar cada jornada?.
Aquellos dos primeros años cambiaron muchos aspectos de la vida interna del manicomio de Leganés y, seguramente, también influyeron en la manera de trabajar de muchos de nosotros. Una última anécdota ejemplifica aquella nueva actitud. Al comienzo de los 70, Nicolás, con la ayuda de Rita Enríquez de Salamanca, había llevado a cabo una encuesta en el distrito universitario de Madrid sobre las opiniones y el comportamiento de los estudiantes en torno a la sexualidad, algo realmente novedoso para la época y que tendría tanto éxito con los estudiantes como problemas con la prensa y la administración del momento. También por esas fechas Master y Johnson publicarían su famoso libro “Human Sexual Inadequacy”, del que una editorial argentina en 1972 haría una traducción churrigueresca y bastante ininteligible. Pues bien, recuerdo que en seguida Rita y yo – dos residentes del servicio de “hombres” – pusimos en marcha una consulta externa para terapia de parejas con problemas relacionados con la sexualidad con un grado de éxito terapéutico que ya me hubiera gustado haber mantenido a lo largo de mi vida profesional. 10
Hoy creo ser más consciente de las contradicciones en las que nos movíamos, no siendo la menor el contraste que había entre aquella libertad de costumbres del interior… mientras fuera, seguía la dictadura.Aquel Leganés constituyó una especie de isla de tolerancia, una institución que promovía un cambio en la psiquiatría española desde una administración franquista en plena fase de desarrollismo económico y de perentoria necesidad de abrirse hacia el mundo sanitario exterior. Leganés fue, sin duda, el psiquiátrico del PANAP más potenciado por su Secretario General, Adolfo Serigó, aun a costa de tolerar a un grupo de jóvenes profesionales radicales – donde se incluían la mayoría de los residentes – conectados con el movimiento anti-psiquiátrico del momento 11 y dispuestos a pelear en favor de los derechos del enfermo y dar su apoyo a los cambios que se estaban produciendo en el ámbito de la psiquiatría pública española. En este sentido, resulta imposible no recordar aquellos “encierros solidarios” con los distintos conflictos que iban salpicando de forma generosa la vida española en nuestro sector. Lo ocurrido de puertas para adentro y de puertas para afuera en 1972 y 1973 – con Caparrós y Cruz Roche en la sala de máquinas – necesitaría de un estudio mucho más detallado, sin duda. Seguramente se corresponda con un periodo particular en la historia del hospital que coincide, en gran medida, con el tiempo que pasó Nicolás en el mismo antes de su marcha temporal a Argentina.
Aquel momento especial, ilusionante y contradictorio a un tiempo, tomaría tierra con el atentado a Carrero Blanco en diciembre de 1973.Para entonces creo recordar que Nicolas había partido para Argentina y a su vuelta, un año después, iniciaría un nuevo camino ajeno a la tarea lenta y llena de recovecos característica de los procesos de cambio impulsados en el ámbito de las administraciones públicas: sus ansias y su creatividad le llevaría a iniciar un nuevo camino donde poder desarrollar todos sus anhelos. Con la creación del Grupo Quipú de Psicoterapia en la calle del General Mola – actual Príncipe de Vergara –, volcaría en ese nuevo proyecto todas sus energías, creando un entorno, a su vez, capaz de dar cobertura en aquellos años a psicoanalistas vinculados a la izquierda argentina que irían apareciendo por Madrid en la fase final del peronismo – con Isabel Perón ocupando la presidencia desde 1974 – y de manera más definitiva tras el golpe de Videla de 1976.
Pero este momento ya ocupa otro lugar en mis recuerdos. Yo seguiría mi camino en el Hospital Psiquiátrico de Leganés hasta 1982 y mantendría una relación con el grupo de Nicolás que me sería de gran ayuda en mi formación como psicoterapeuta. Recuerdo de manera especial los Laboratorios psicosociales de fin de semana que coordinaba Emilio Rodrigué allá por el 1975 e, igualmente, mi experiencia psicoterapéutica primero con Martha Berlin y posteriormente y a lo largo de 2 años con Hernan Kesselman. Detrás, como facilitador, seguía estando siempre Nicolás.
Con el paso de los años y sobre todo a partir de mi marcha del Hospital en 1982 la relación fue menguando, sabiendo de sus andanzas a través de colegas y amigos comunes. Cuando a finales de los 80 volví a mi trabajo clínico, ahora al cargo de un Servicio de Salud Mental, nunca me faltaron noticias de Nicolás teniendo en cuenta que había participado, a través de su Instituto de psicoterapia, en la formación de una parte importante de las psicólogas clínicas de mi servicio.
Por eso, cuando Begoña Olabarría me dio la noticia, sentí que alguien cercano se había marchado. Alguien que había participado, como si se tratara de un hermano mayor, en la construcción de mi manera de ejercer el oficio de psiquiatra.
Antonio Espino
Psiquiatra
Majadahonda (Madrid)
Email: to.pino@telefonica.net
Esta reseña se publica conjuntamente en las publicaciones Norte de salud mental, Cuadernos de Psiquiatría Comunitaria y el Boletín de la Asociación Madrileña de Salud Mental
1 Nota editor: Patronato Nacional de Asistencia Psiquiátrica. Organismo público dependiente del Ministerio de la Gobernación que funcionó entre 1939 y 1975.
2 Según me contaron ya en Leganés, Caparrós y Cruz Roche habían asumido su responsabilidad de Jefes de Servicio de una manera original: con el abandono de J.A. Vallejo-Nájera Botas de la dirección del psiquiátrico – que ocupaba desde 1958 -, incapaz de soportar los cambios internos que trataban de promover los nuevos profesionales que habían obtenido plaza en el mismo, se inició – con el consentimiento de Serigó -, un proceso de modernización del hospital que incluía cambios en su organización interna, como la jerarquización y departamentalización del mismo y su nuevo carácter docente, siguiendo los pasos de los modernos hospitales de la Seguridad Social. Dentro de aquel proceso, fueron elegidos los distintos puestos clínicos de responsabilidad del hospital por parte de la asamblea de los trabajadores, obteniendo Caparrós y Cruz Roche, a pesar de su juventud, la responsabilidad de las dos jefaturas más importantes, los servicios “de hombres y de mujeres”. A la primera generación MIR del nuevo hospital docente poco nos contaron de la época anterior, más allá de las especiales dotes de Vallejo-Nágera como encuadernador, lo que afectaría al desarrollo de la laborterapia del centro, y el hecho de que su llegada al hospital se anunciaba mediante el tañer de una campana que había a la entrada del centro.
3 Nota del editor: Denominación popular de la policía armada por el traje gris que llevaban
4 En dicho proceso fundacional participarán, curiosamente, los dos hombres fuertes de la psiquiatría catalana – Ramón Sarró y Juan Obiols – que mantenían una posición más abierta que el círculo académico madrileño de entonces frente a la figura de Freud.
5 Ignoro totalmente si Nicolas tuvo una participación activa en la AEN durante estos años.
6 En el caso de Antonio Vallejo-Nágera su influencia sobre esta generación de psiquiatras va a ser mínima, si tenemos en cuenta que fallece en 1960, aunque jugará un importante papel en la asunción por la nueva psiquiatría española de la ideología franquista y en determinados aspectos de la represión de postguerra. Un caso especial sería el de los estudiantes de la Facultad de Medicina de Madrid de aquella época, entre los que me encuentro: nuestro catedrático de psiquiatría era López Ibor y el profesor adjunto de cátedra, precisamente, el hijo de Vallejo-Nágera, director, a su vez, del Hospital Psiquiátrico Santa Isabel de Leganés.
7 El propio caso de Nicolas Caparrós y Rafael Cruz Roche en Santa Isabel de Leganés rebela cómo la diversidad de pensamiento se abría paso ya en los primeros 70. En su desarrollo profesional encontramos la importante presencia del psicoanálisis, entonces bastante aislado del mundo académico oficial, pero cada uno seguirá su propio camino. En el caso de Cruz Roche, más ligado a la organización psicoanalítica oficial, formando parte de la Asociación Psicoanalítica de Madrid (APM) como miembro titular en el marco de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA). Por su parte, Nicolas Caparrós reivindicará desde muy pronto posiciones críticas y nada ortodoxas dentro del movimiento psicoanalítico, participando ya en 1969 en la creación del Grupo Plataforma que distanciándose de la IPA en su Congreso de Roma, seguirá un camino más en línea con las inquietudes de todo orden de la izquierda freudiana argentina desarrolladas por alguno de sus miembros más destacados en España.
8 Diego Gracia les ha llamado la “generación de las cátedras universitarias” de los 50
9Nota del editor: Religiosas católicas que trabajaban en los hospitales
10 ¡El hospital tenía entonces ámbito nacional, de forma que podíamos atender a personas de cualquier lugar de España!
11 Caparrós se haría cargo de la colección de psicología de la Editorial Fundamentos, coordinando en 1973 un libro sobre R.D. Laing, donde escribía el capítulo final sobre “Laing en la contracultura”, y apareciendo progresivamente en la misma trabajos propios y del grupo de psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas que se había ido creando en torno al Instituto de Principe de Vergara, 204: Armando Bauleo, Antonio Caparrós, Susana López Ornat, Eduardo Pavlovsky, Emilio Rodrigué, Martha Berlin, Hernan Kesselman, entre otros.