Salud Mental y emergencia climática: huidas mentales. BOLETÍN N49 PRIMAVERA 2023

Transcripción por Marta Carmona y edición por Belén González, de la mesa sobre Salud Mental y Emergencia Climática, compartida con Contra el Diluvio y presentada por Marta Carmona, realizada en el Ateneo Maliciosa en enero de 2023.

Se puede acceder al audio a través de YouTube:

https://www.youtube.com/watch?v=rJuuXU14cHc

 

 Belén González Callado. Miembro de la Junta Directiva de la AMSM

Empezamos con una pregunta muy básica: ¿cómo podemos esperar que afecte el cambio climático a la salud mental?

De inicio se pueden considerar dos fenómenos muy alejados, con una relación muy peregrina y una se sorprendería de que se pudiera llegar a relacionar trastorno mental con un suceso como el cambio climático. Aunque cosas más raras se han hecho, como relacionar la inflamación intestinal con la esquizofrenia, pero bueno…

Pues encontré que el IPCC, que es un panel de científicos poco cuestionable, habla de que la crisis climática puede “provocar trastornos que van desde el malestar emocional hasta la ansiedad, la depresión, el dolor o las conductas suicidas”; esto son conceptos muy concretos.  Señala el IPCC también, “que existe un escaso apoyo especializado en materia de salud mental para las personas y las comunidades que se enfrentan a peligros relacionados con el clima y a un riesgo a largo plazo”.

Desde mi consulta yo pensaba, a ver qué puedo hacer desde aquí para apoyar a personas que tengan problemas con la crisis climática, a priori no tengo ni la menor idea ni se me ocurre por dónde empezar. Vayamos a las preguntas básicas, entonces: ¿qué supone la crisis climática?, ¿qué podemos encontrar? Pongamos un ejemplo: tornados, ¿cómo se relacionan los tornados con los suicidios? o ¿cómo se relacionan los tornados con un trastorno de ansiedad generalizada? ¿o con una depresión mayor? ¿Cuál es el mecanismo etiopatogénico que relaciona tornados con depresión mayor? ¿o el aumento del nivel del mar? No se me ocurre ninguna manera de relacionar el aumento del nivel del mar con el trastorno mental. Algo parecido ocurre con las olas de calor.  Haciendo una búsqueda bibliográfica sólo puedo encontrar algunos estudios que relacionan el aumento de demandas urgentes sanitarias de toda clase (tanto de salud mental como de otras especialidades), en las situaciones de olas de calor, pero no encuentro nada mucho más allá. Sin embargo, pienso, algo debe haber cuando el IPCC y otros expertos están hablando de que la crisis climática provoca, así, directamente, trastornos mentales. Esto sugiere una caja negra, algo que está pasando entre medias de todos estos sucesos que desembocan en un aumento del sufrimiento psíquico que ellos vienen a llamar directamente trastorno mental y que podríamos llegar a entender así. Está claro que podemos entender que si un tornado se lleva por delante los cultivos en los que llevas trabajando toda una vida esto tiene un impacto muy negativo. La preocupación que puede generar es de un nivel intenso y probablemente genere un malestar psíquico considerable. Lo mismo si aumenta el nivel del mar en, por ejemplo, Cartagena, y la gente se queda sin Cartagena, o las riadas dejan a la gente sin casa, cosa que en realidad está ocurriendo ya y evidentemente afecta a nivel emocional. Lo mismo pasa con las olas de calor, en mi caso concreto yo lo he pasado fatal este verano con las sucesivas olas de calor y he estado muy preocupada y agobiada con este tema. ¿Podría decir que esto es un trastorno mental? No, no me atrevería a decir tal cosa. Entonces ¿qué pasa ahí en medio, en esa caja negra, para poder llegar a ese calificativo? Pues que todos estos fenómenos actúan sobre los determinantes sociales de la salud y eso sí que está mucho más que estudiado, que los determinantes sociales de la salud actúan sobre el sufrimiento psíquico y los trastornos mentales y en gran parte explican estos trastornos mentales y su génesis.

Entendiendo que todos estos fenómenos, a través de los determinantes sociales, pueden tener un impacto a nivel psíquico, vamos a pensar de qué manera podría llegar esto a la consulta, porque, al fin y al cabo, yo me estaba preguntando todo esto desde el marco asistencial. Se me ocurren dos viñetas clínicas que creo son bastante ilustrativas.

Una es una mujer de 52 años del barrio de San Nicasio, en Leganés. Es un barrio bastante diverso, pero tiene una zona con viviendas marcadamente precarias, con materiales envejecidos y que no protegen ante el clima. Es derivada desde atención primaria por insomnio de unos meses de evolución. Se la atiende un 28 de agosto. Ha seguido las recomendaciones de higiene del sueño pautadas por su enfermera de atención primaria, pese a lo cual no logra descansar y es derivada a salud mental. Obviamente no se trata de un insomnio primario, pero es poco probable que esta mujer se presente en consulta diciendo “no puedo dormir porque en mi casa por las noches la temperatura no baja de 38º y llevo desde junio que empezaron las olas de calor sin poder dormir”. ¿Por qué no puede aparecer este relato? Porque la paciente ha entrado en el circuito sanitario y concretamente el circuito de salud mental, y nos habla en términos médicos, que son los que socialmente están aceptados en este ámbito. Es posible que incluso a ella ni siquiera se le haya ocurrido que es el calor el que determina esa situación de insomnio. Es por eso por lo que puede resultar útil el artículo que complementa a éste, y que escribe Contra el Diluvio. Porque es a nosotros, a los profesionales de salud mental, a los que se nos tiene que ocurrir esto. Y si no se nos ocurre vamos a estar fallando en el enfoque y formulación del problema de esta paciente, con lo cual sí es cierto que la crisis climática tiene que ser algo que entre dentro de nuestras cabezas y nuestra perspectiva clínica, pero con la intención de entender que va a haber muchas personas con situaciones sociales y estructurales muy desfavorables, que cuando la crisis climática impacta sobre ellos va a generar sufrimiento psíquico y síntomas como este.

La otra viñeta sería una mujer de 19 años derivada desde atención primaria por depresión. Refiere que no encuentra motivación para seguir estudiando, cursa un grado de ADE. Describe cansancio, hipersomnia y desesperanza respecto al futuro. No creo que a los clínicos os resulten ajenas estas viñetas. En esta ocasión es poco probable que la paciente diga al llegar a consulta “contemplo el futuro de los jóvenes y me parece desolador”, que a lo mejor la chica ha contactado con Fridays for Future y es seguidora de Greta Thunberg y trae todo muy formulado, pero lo más habitual es que esta demanda venga planteada con un lenguaje psicologizado y medicalizado donde ella explica que lo que tiene es una depresión y por eso le cuesta levantarse. A pesar de que, con mucha probabilidad, uno de los factores subyacentes más relevantes sea esta perspectiva tan desfavorable a futuro y esta desesperanza ante la falta de acción contra la crisis climática.

¿Qué otras formas pueden haber de que nos llegue esto a la consulta?

Probablemente os suene el término ecoansiedad, porque empieza a escucharse de forma habitual. Aún no tanto el término solastalgia, que también empieza a hacer aparición. Este titular de La Vanguardia reza así “Ecoansiedad y solastalgia: cuando el temor al deterioro del medio ambiente es una enfermedad”. La preocupación por la crisis climática queda convertida en una enfermedad, en un trastorno mental. El subtítulo habla de que “una preocupación excesiva puede ser diagnosticada” (ya tenemos los términos enfermedad y diagnóstico) “como trastorno patológico”. Hablamos de prensa mayoritaria, con mucho impacto. Leemos que “la ecoansiedad es un exceso de impotencia”, ya de entrada esto me genera dudas, en términos de salud mental o de la crisis climática, ¿cómo se mide el exceso de impotencia? Describe también el concepto solastalgia entendiéndolo como un trastorno, con algunas características ligeramente distintas y que en verdad es un término filosófico, enunciado por un filósofo pero que ha transmutado a diagnóstico, o que se pretende que se convierta en un trastorno, en un excelente ejemplo de patologización.

Como guiño a los salubristas, en uno de los párrafos del artículo se habla de la necesidad de concienciarse de forma colectiva de la crisis climática. Sin embargo, el artículo termina diciendo: “una correcta higiene del sueño y alimentación y una vida social activa son la mejor receta para la ansiedad y la solastalgia”. Es decir, vamos a resolver “la excesiva preocupación por el cambio climático” con “una buena higiene del sueño”. Si volvemos a la viñeta de la señora de San Nicasio con insomnio yo me pregunto quién puede tener una buena higiene de sueño a 38º. Pero esto que aparece en el artículo es una forma de reconducir las soluciones a lo puramente individual; tú puedes tener una buena higiene del sueño o conducir tu “exceso de impotencia” hacia el sistema asistencial de la salud mental, pero en ningún momento se habla de que, por ejemplo, sea necesaria una revolución para acabar con esta impotencia porque hay que poner mecanismos de acción en marcha contra la crisis climática.

La ecoansiedad está descrita por la APA como “el temor crónico a sufrir un cataclismo ambiental que se produce al observar el impacto aparentemente irrevocable del cambio climático y la preocupación asociada por el futuro de uno mismo y las futuras generaciones”. Esta definición a mí me parece más cercana a un juicio de realidad conservado que a un trastorno, es tener los pies en el suelo, y sin embargo a la APA le parece que se puede y debe transformar en un trastorno.

¿Existen precedentes para una situación así? Quiero decir, ¿existen precedentes en los que la asistencia a la salud mental ha vehiculizado las crisis sociales, o por lo menos algún aspecto de ellas?

A mí se me ocurren varias (probablemente a los lectores también). Se me ocurre de entrada la precariedad laboral. La precariedad laboral ha sufrido un fenómeno parecido al que vemos que comienza a pasar con la crisis climática, y consiste en la individualización del sufrimiento. Es decir, esto te pasa a ti porque no eres lo suficientemente bueno y no rindes o no aguantas lo suficiente y esto significa que tienes un trastorno mental. Esto tiene la derivada de que la responsabilidad queda conducida o bien a los profesionales de la salud mental “vosotros, arreglad esto” o sobre el propio trabajador “tú tienes la responsabilidad de arreglar esto, ve al médico o al psicólogo/psiquiatra”.

Otro ejemplo podría ser la violencia de género, cuyas consecuencias se han vehiculizado a través de la atención a la salud mental a mujeres y también a hombres desde el inicio de la psiquiatría. La psiquiatría y la psicopatología han ejercido un papel sedativo, tanto a nivel de discurso como a nivel de intervención, y han sido parcialmente cómplices en el mantenimiento de la situación de violencia de género en caso de mujeres, a las que se les ha devuelto (sin siquiera explorar adecuadamente la situación o precisamente por ello) que tienen una depresión, ansiedad, un trastorno obsesivo o más frecuentemente una distimia.

Entonces, ¿qué pasa cuando respondemos a las crisis sociales mediante el sistema de atención a la salud mental? Podría resumirlo en lo que esperamos que pase, y lo que pasa en realidad. Lo que esperamos que pase tiene muy buena voluntad, y puede verse reflejado en este texto de la OMS, que dice así “los efectos del cambio climático en la salud mental se distribuyen de forma desigual entre determinados grupos que se ven afectados de forma desproporcionada, debido sobre todo a situaciones económicas, género o edad… El cambio climático afecta a muchos de los determinantes sociales y ya está conduciendo a enormes cargas de salud mental en todo el mundo…”. Sin embargo, solo unos párrafos después, aboga por el apoyo en materia de salud mental y psicosocial en los planes nacionales sobre salud y cambio climático, esto es, reforzar la asistencia a la salud mental para resolver los problemas del cambio climático. Se han invertido los términos. Habría que actuar sobre los determinantes sociales de la salud y el cambio climático para evitar que eso desemboque en problemas de salud mental, pero aquí se plantea al contrario. Devorah Kestel, directora del Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la OMS, dice si se aumenta el apoyo en materia de salud mental y psicosocial en el marco de medidas de reducción del riesgo de desastres y relacionadas con el clima, los países podrán hacer más para proteger a las personas que corren mayor riesgo. Esto tiene muy buena intención, pero creo que es un error. La salud mental está infrafinanciada en todas las partes del mundo, es de sobra sabido que no llegamos a atender a las personas que lo necesitan. Entonces, qué buena oportunidad que se hable de crisis climática, que es una prioridad en este momento, y se relacione con la salud mental, porque eso puede conseguir que tengamos más financiación para la salud mental; es decir, es un medio para conseguir un fin que en sí mismo es muy legítimo, pero quizá estamos haciendo un velamiento del cambio climático, con las desastrosas consecuencias que eso puede acarrear.

Las construcciones patologizadas de las que hablamos se traducen en un aumento de la base de población susceptible de ser diagnosticada. Es tan evidente esta tendencia a conducir hacia la salud mental las crisis sociales, que recientemente el New York Times hablaba de un panel de expertos que recomendaban hacer un screening de depresión a menores de 65 años, en toda la población, porque habían empezado a detectar un aumento de depresión poblacional. ¿Por qué? En el propio artículo lo dejan claro: “la soledad, la pérdida por la pandemia, y otros estresores como la inflación y el aumento del crimen”. Es decir, ante una serie y acumulación de crisis sociales la respuesta va a ser un screening para diagnosticar a más personas de depresión y ansiedad y darles respuesta a través de los servicios médicos. ¿Para qué? ¿cómo abordamos en consulta la ansiedad por la inflación, por falta de vivienda, por paro, etc.?

O bien con psicoterapias que tienen escaso resultado en el malestar reactivo a la inflación u otras crisis sociales, o bien con psicofármacos, lo cual nos lleva a los problemas de consumo de psicofármacos que ya tenemos en nuestro país.

Otra de las consecuencias es la que señala Daniel Karr en su artículo Mental Health is Political a través del concepto de reificación, que es una forma más amplia y social de señalar la tendencia a separar las consecuencias que tienen nuestros actos, los actos humanos, de su origen. Así, hablamos de ecoansiedad como si fuera algo que ocurre de repente dentro de la cabeza o del cuerpo y pasa a ser un problema clínico, cuando es una respuesta bastante sensata a una situación social. El ponerlo en términos técnicos nos tranquiliza y deposita la responsabilidad en un tratamiento.

¿Qué se nos va a pedir a los servicios de salud mental? ¿Quién nos lo va a pedir y con qué intención? Mi propuesta de respuesta, que refleja solamente una perspectiva personal, es la siguiente.

Por una parte, la población, que está angustiada con todo esto. Si no puedes dormir durante tres meses de ola de calor, tienes que trabajar a 45º barriendo la calle o ves que la perspectiva de futuro que tienes a tus 18 años es que la temperatura suba inexorablemente y los desastres climáticos van a suceder cada vez con más frecuencia, obviamente te vas a encontrar mal y vas a querer que alguien le dé solución a esto. Y si todo tu entorno te está diciendo que la solución a esa inquietud que tienes se resuelve en el médico, es allí donde vas a ir, y más concretamente a salud mental, sobre todo si utilizamos términos como ecoansiedad o solastalgia para definir esta preocupación.

Por otra parte, tenemos a las instituciones y a las grandes empresas que, como explican muy bien los compañeros de Contra el diluvio, no tienen mucha voluntad real de cambiar el sistema. De un lado tenemos a quien se está beneficiando de que el sistema funcione así y de otro quien tiene mucha dificultad para retar a esos grandes beneficiarios para poner freno a estos grandes intereses económicos de las empresas implicadas en la crisis climática y resolver de raíz el problema. Esto no es algo nuevo en sanidad, es muy recomendable leer desde esta perspectiva la publicación de la AEN, Transformar los barrios para evitar el sufrimiento psíquico, donde se ofrecen varios ejemplos de cómo las instituciones fallan a la hora de proteger la salud de la ciudadanía, dejándola a merced de intereses económicos.

Y, en tercer lugar, tenemos a la propia profesión, o al menos parte de ella, que va a ser la que demande que este tipo de sufrimiento forme parte de la atención al sufrimiento psíquico. Esto implica que partiendo de una muy buena intención, queriendo colaborar en este conflicto y confiando en que disponemos de herramientas para atender esta forma de sufrimiento y con una nada desdeñable parte de intereses corporativistas, no van a faltar grupos que se erijan como expertos en el tratamiento de la ecoansiedad. No van a faltar congresos en los que se hable de técnicas para afrontar la ecoansiedad o la solastalgia. No van a faltar screenings o test que se diseñen con el objetivo específico de diagnosticar la ecoansiedad, con los items necesarios para diagnosticarla. No va a faltar tampoco iniciativa por parte de la industria farmacéutica, a la cual le interesa medicalizar este sufrimiento. En esta imagen podéis ver esta infografía sobre ecoansiedad diseñada y distribuida por Iberdrola, donde explican cómo este fenómeno afecta a nivel individual y colectivo. En dicha infografía se alude, como en el IPCC, a conceptos como estrés, ansiedad, depresión; mezclándolos con aflicción y sentimiento de pérdida. Resulta llamativo que Iberdrola asuma este discurso, salvo que tengan algún beneficio que obtener de esta narrativa.

Para terminar, ¿qué responsabilidad profesional tenemos en la atención a síntomas y trastornos derivados de la emergencia climática? ¿Tenemos alguna?

Creo que no podemos ponerle puertas al campo. Va a llegar a las consultas, va a inundar las noticias, en toda la prensa y medios vamos a tener presentes estas narrativas sobre la ecoansiedad. Más nos vale entonces tener un posicionamiento claro y saber cómo queremos abordar este fenómeno. En primer lugar, porque hay una parte del ejercicio de la salud mental que en la práctica clínica se nos olvida y tiene que ver con la dimensión de salud pública de la salud mental y con los aspectos más democráticos de nuestra profesión; esto es, si estamos viendo que hay un problema social acuciante que provoca sufrimiento psíquico en la población a la que atendemos, tenemos la responsabilidad de devolver esto a la ciudadanía, porque la ciudadanía tiene derecho a saber que lo que está sufriendo no es una enfermedad y no es un fenómeno individual, sino que es un sufrimiento colectivo generado por aspectos que podemos investigar y filiar en consulta, pero no resolver. Tenemos esta obligación frente a la ciudadanía pero también la responsabilidad de reclamar ante las instituciones que se pongan soluciones donde deben ponerse, no reclamando más psicólogas y psiquiatras para tratar la violencia de género, la precariedad laboral o la ecoansiedad, sino que como profesionales de la salud mental conscientes de este sufrimiento tenemos la obligación deontológica de reclamar intervenciones sobre las causas de las causas, y que esas soluciones vayan dirigidas a donde sí son efectivas, es decir, tenemos una responsabilidad sobre la prevención primaria de este sufrimiento. Y esto no es algo que habitualmente se haga desde las consultas.  Esta es una de las claves de lo que llamamos salud mental comunitaria, no solo es salir a la calle y trabajar en el contexto de las personas que atendemos, también es señalar a las causas sociales del sufrimiento y exigir medidas al respecto.

 

(Resumen de algunas intervenciones del público y respuestas desde la mesa)

Una de las asistentes recoge el último punto, sobre cómo se aborda la problemática climática desde las consultas, señalando que claramente hay que apuntar, incluso hablándolo de forma explícita con los pacientes, hacia soluciones administrativas y de políticas públicas, si bien también considera que, aunque no sea un problema individual tampoco es un problema exclusivamente de políticas públicas, sino un problema colectivo, por lo que pregunta si no se podría abordar con terapias grupales. Alude a que este sería otro fenómeno en la línea del habitual dilema “no necesitas un psicólogo sino un sindicato”. Plantea si estas terapias grupales podrían recoger esta dimensión colectiva.

Desde la mesa Belén González responde que acompañados y viendo en los otros el reflejo del propio sufrimiento es mucho más fácil abordar esta problemática, con menos riesgo de individualización; pero las terapias grupales por el hecho de ser grupales no suponen que se suspenda esa perspectiva individual. Muchas terapias grupales mantienen la perspectiva individualista, ya que la lectura individual del sufrimiento derivado de la crisis climática no parte de la situación 1:1 en consulta, sino de las narrativas que se utilizan para darle sentido a esa experiencia. En una consulta individual se pueden utilizar narrativas que devuelvan a la colectividad el sufrimiento, como en un caso de precariedad laboral donde se enuncia desde ahí el sufrimiento de la persona atendida y no desde una incapacidad personal de adecuarse a los requerimientos laborales, dándolos por válidos. En lo grupal si planteas una terapia cognitivo-conductual enunciando que son tus mecanismos psíquicos y tus cogniciones lo que te está generando la ecoansiedad y no nombras el problema social que afrontamos, aunque se esté trabajando en grupo la narrativa sigue siendo individual. Los grupos pueden ser facilitadores de ese encuentro colectivo, pero per se no son una garantía, es más relevante la narrativa que el tipo de intervención.

Otra intervención, de un asistente que se identifica como ajeno al campo sanitario, recoge con sorpresa que le ha parecido ver un movimiento hacia anular la propia profesión, ante el hecho de que se transfiera un problema social al campo clínico, entendiendo que se debe resolver a nivel social, pero como profesionales de la salud mental qué consideramos que sí se puede hacer a nivel individual con este sufrimiento sin patologizarlo.

Desde la mesa Belén González recoge la intervención y bromea con que en efecto hay cierta voluntad de anular la mirada clínica en este asunto, pero teniendo en cuenta que es imposible impedir que este sufrimiento llegue a consultas, sí es crucial que las profesionales escojamos una narrativa consciente, respecto a qué exploramos, qué tenemos en consideración y qué decimos. No es lo mismo que ante Julia, de 19 años, que viene diciendo que no sabe qué hacer con su vida, nosotros digamos ah, depresión, antidepresivo y psicoterapia; en vez de considerar la angustia y la incertidumbre ante la crisis climática como una preocupación legítima, pero para tenerla en consideración tenemos que entrar en el mundo social, entender que esto es una preocupación y que la red de salud mental es un lugar al que llegan las preocupaciones sociales aparentemente patologizadas y si no somos capaces de leerlas como lo que son, vamos a contribuir a esa patologización. Desde salud mental podemos acompañar en las preocupaciones sociales, un ejemplo es la violencia de género, donde podemos hacer una buena labor (aunque habría mucho que reformular de cómo la atendemos, pero eso excede a esta charla); pero en general podemos hacer un acompañamiento con un enfoque desde los determinantes sociales, entender en qué lugar vivimos y qué es lo que atraviesa a las personas a las que atendemos.

Marta Carmona añade que los profesionales de salud mental tenemos la obligación de recordar, y señala que esta es una de las prioridades de la AMSM (aun a riesgo de generar esta sensación de estar haciendo enmiendas a la totalidad de la profesión de forma continua), que la historia ha demostrado que incluso con la mejor de las intenciones y narrativas nuestro marco, al menos como se viene ejerciendo en las últimas décadas, es tan individualista que desactiva incluso aunque en consulta se busque una narrativa hacia la comunidad, “busca tu red, busca tu sindicato, lo que da una buena salud mental es disponer de una red en la que apoyarte”. Añade que los profesionales que se sitúan con esta perspectiva centrada en los determinantes sociales dudan de manera frecuente si entrar o no ciertas temáticas, como señalaba Belén al principio de su intervención, o si el hecho en sí de tratarlas desde salud mental atrae más lógica patologizante; del mismo modo que hay un sector de profesionales que construyen el sufrimiento psíquico como se ha ido dibujando en esta charla, hay todo otro sector profesional que lo entiende desde una perspectiva mucho más biomédica, que ante este sufrimiento dirían que independientemente del origen social si se ha producido una enfermedad hay que tratarla como tal. Señala así que los profesionales deben ser conscientes del eventual potencial iatrógeno y desactivador del abordaje profesional del sufrimiento, y disponer de narrativas lo menos dañinas posibles, pero no por ello olvidar que aun con la mejor de las intenciones se puede estar contribuyendo a una narrativa que al final beneficia a Iberdrola (en alusión a la infografía sobre ecoansiedad).

Otras intervenciones van dirigidas a Antonio Castaño y son de perfil más técnico, si bien en las respuestas se mencionan como elementos interesantes la elevada autoexigencia dentro del activismo y la vigilancia hacia otros activistas. Señala también el propio activismo como el principal generador de bienestar frente a la incertidumbre y el sufrimiento generado por la crisis climática; si bien esto genera una cierta paradoja, por una parte, la gente se implica en el activismo para encontrarse mejor, pero se encuentra con que por muchas horas que emplee en este ámbito su impacto individual es limitado, generándose una frustración no desdeñable. Belén González hila esto señalando que para ella existen dos niveles, un nivel individual y también cotidiano en la práctica clínica, en el que, por supuesto que ayudamos a los pacientes atendidos en sus sufrimientos con origen en sus condiciones de vida, y que en la práctica clínica se pueden identificar bien estos orígenes, acompañar a la persona y sentir que se le hace un bien. No obstante, hay otro nivel y es que cuando se ponen los recursos en resolver los problemas sociales a través de reforzar la asistencia de la salud mental, están dejando de ponerse en el verdadero origen. Destaca que no existe un interés real por cambiar los determinantes sociales, no es algo nuevo, es algo que encontramos de forma consistente en los últimos cien años, porque afrontar un cambio profundo de los determinantes sociales de la salud requiere inevitablemente una transformación social muy profunda. Esto genera un conflicto que, en parte, se resuelve creando una corriente que lleva a las personas que sufren por sus condiciones de vida a las consultas de salud mental. Esto no significa necesariamente que el seguimiento en salud mental provoque sistemáticamente un daño a estas personas, con una narrativa cuidada la posibilidad del acompañamiento y alivio existe, tanto con psicoterapia como con medicación, ahora bien, si esta narrativa impide que haya otras encaminadas a pedir responsabilidades a, por ejemplo, las empresas respecto a la precariedad laboral, exigiéndoles un trato digno a los trabajadores, o reclamando justicia en la vivienda… si en vez de reclamar todos esos aspectos hablamos de ecoansiedad, o de depresión laboral, o términos equivalentes, y todo lo derivamos a las consultas de salud mental, sí es un problema. No se trata de expulsar a las personas de la consulta por el origen social de su sufrimiento, sino de entender que los recursos para resolver los problemas sociales tienen que ir a sus causas, no a nuestra red.

Otra intervención incide nuevamente en el dilema profesional, la asistente se identifica como psicóloga y activista ecologista, señala su propia angustia respecto a este tema y la de los pacientes que atiende, que parte de estos pacientes no se incorporan al activismo porque les resulta deprimente. Señala que es importante no desdeñar las herramientas psicológicas porque, aunque el origen del sufrimiento sea social, si nos paraliza nos impide hacer activismo y resolver las causas, en un bucle a evitar. Otro asistente alude a que, ante ciertos estresores, por muy desagradable que sea la vivencia, no es necesario tratamiento farmacológico o psicoterapéutico ya que es normal y razonable que tengamos reacciones naturales y que son las que no permiten sobrevivir. Otro asistente hila este debate en torno al rol de las profesionales de salud mental que se está manteniendo con un debate clásico (y aún algo presente) dentro del activismo climático como es el de mitigación vs. adaptación al cambio climático. Una de las ideas clave de dicho debate es que todos los esfuerzos que se dedican a adaptarnos al cambio climático, o reducir los síntomas del impacto del cambio climático, son esfuerzos que se están dejando de poner en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Frente a ese dilema desde el activismo climático se proponen soluciones como la “adaptación para la mitigación”, con iniciativas como por ejemplo plantar árboles en una ciudad para disminuir el impacto de las olas de calor en zonas urbanas pero que también es útil ya que los árboles fijan CO2 de forma que cumplen una doble función; o prácticas agrícolas más adaptadas a las condiciones climáticas del futuro pero que también son sistemas agroalimentarios que generan menos emisiones. Se pregunta entonces si, de forma paralela habría una forma de resolver los síntomas o problemas mentales que genera el cambio climático sin dejar de atacar la parte social y colectiva. Alude como otro elemento clave el fenómeno de “terapeutización de los espacios políticos” aludiendo al artículo al respecto escrito por Laura Yustas y publicado en El Salto; señalando que con cada vez mayor frecuencia en los espacios ecologistas, especialmente en aquellos con más presencia de jóvenes, se dedica cada vez más espacio a malestares personales, emocionales, afectivos, sobre “cómo me siento”… y muchas veces queda relegado a un segundo plano el cómo vamos a resolver el problema que tenemos todos, el cambio climático, para hablar de esa dimensión personal e individual. Concluye que este fenómeno está muy relacionado con cómo están intersectando ahora mismo lo político y la salud mental.

Belén González recoge estas intervenciones y plantea dos ideas, primero que en salud mental esta diferencia entre ir a las causas o a las consecuencias es muy notable, las narrativas sobre causas y consecuencias son muy diferentes (y la reificación a la que hacía alusión en la charla acrecienta esto). Por otra parte, es importante rescatar nuevamente la obligación deontológica de los profesionales de salud mental de participar en la salud pública. Recalca que en España no se habla del concepto “salud mental pública”, que sí es común en países anglosajones. Pone de ejemplo la epidemia de consumo de opiáceos en EEUU y cómo fue diagnosticada en sus escalones finales, por los forenses que detectan un aumento drástico del número de muertes por sobredosis; siendo así parte de su trabajo realizar esas autopsias, pero también levantar acta de este fenómeno epidémico. Trasladado a nuestra profesión también es así, si vemos cada vez a más gente cuya ansiedad tiene que ver con la crisis climática tenemos la obligación de notificárselo a las autoridades, además de acompañarlo. Marta Carmona añade que sobre la salud de la población es mucho más alto el impacto que podemos tener los profesionales desde esa labor de “taquígrafos del desastre”, ese acta sobre el sufrimiento psíquico de la sociedad en este momento histórico, que el impacto que tenemos sobre cada individuo con la intervención clínica. No porque la intervención clínica sea mala o deba ser desdeñada, sino porque llevamos décadas inmersos en una hegemonía individualista que, entre otros elementos, asienta sobre la idea de que la intervención individual es la única respuesta posible a cualquier malestar. Señala así que, pese a las muchas virtudes de la psicoterapia y la intervención clínica individual, si son la única respuesta posible ante cualquier tipo de sufrimiento, por definición van a fracasar. Ni desdeñar las herramientas ni dejarnos arrastrar por el pesimismo, pero sí negarnos a que el marco terapéutico sea la única respuesta. Antonio Castaño añade un apunte al respecto de los grupos de activismo climático que han ido mutando a grupos de ayuda o de discusión; un fenómeno dentro de la lucha contra el cambio climático es que existen dos extremos, un colapso inminente que arrasa con todo lo que conocemos, donde la prioridad de los humanos es la supervivencia básica donde el activismo ya no ha lugar. El otro, es una solución inmediata de cambiar a una sociedad utópica en la que también desaparece el cambio climático y entre estos extremos está lo que de verdad va a pasar, que vamos a vivir todas nuestras vidas acompañados por el cambio climático, expuestos a las consecuencias de las decisiones actuales, tanto lo que se está haciendo como lo que no se está haciendo, y con un nivel de desastre ecológico y climático variable en función de lo que vayamos haciendo. Y ahí quienes están implicados en el activismo climático tienen un papel que jugar a la hora de apoyarse entre ellos y apoyar a la gente que en determinado momento se ve sobrepasada, por lo cual esa dimensión de grupo de apoyo del activismo tiene sentido, pero es un riesgo real que se convierta en algo paralizante si toda la tarea del activismo queda consignada a este fin. Al no haber tanta gente implicada, al menos en el momento actual, es difícil realizar una división de roles entre quienes consuelan y quienes actúan, añadiendo que quizá ahí las profesionales de la salud mental puedan aportar.

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