Un delirio. Presentación y Análisis de Francisco Pereña. Julio Fuente. Asociación Española de Neuropsiquiatría. Colección Testimonios. 2017
Ana Martínez Rodríguez
Es un acierto que la AEN haya abierto la Colección Testimonios en tiempos donde poder devolver la palabra al psicótico se convierte en una tarea inexcusable e inaplazable para abordar la comprensión y el tratamiento de dichos sujetos.
Estamos ante el primer libro de la Colección, un texto producto de un fructífero encuentro entre un sujeto, Julio Fuente, que nos entrega el vívido relato del proceso de su delirio, y el lúcido análisis que de dicho testimonio realiza Francisco Pereña, quién fue su psicoanalista durante varios años. Incluye un anexo con fragmentos de un diario de Julio, notas y algunos poemas que también se pueden escuchar en el audio de la versión digital del libro en la página web de la AEN. Este anexo ha sido posible gracias a la recopilación hecha por José María Redero, colega y amigo de Julio.
Julio Fuente escribe su testimonio antes de comenzar su tratamiento y se lo entrega a F. Pereña poco tiempo antes de morir.
Son varios los aspectos inéditos en el testimonio de Julio. Primero, nos cuenta el nacimiento de su proceso delirante, su fracaso y su despedida de él, y segundo, su escritura la realiza en la frontera entre la derrota del delirio maníaco de persecución y la caída en la melancolía. La distancia lúcida que le permite este momento le posibilita escribir un testimonio sincero, honesto, vivo, rico en detalles, poético incluso. Ordena su delirio siguiendo las fases de K.Conrad en La esquizofrenia incipiente: trema, apofanía, apocalipsis, consolidación y residuo, sin que su saber como psiquiatra lo ponga al servicio de ocultar o mistificar su desvarío.
F. Pereña entiende el delirio de Julio como el trabajo de elaboración y creación de un sujeto a partir de una experiencia del otro como vacío radical, lo cual le coloca en el mayor de los desvalimientos. De ahí su necesidad imperiosa de inventarse el mundo, una pertenencia y unos lazos que le vinculen a los otros.
Sigue paso a paso el texto de Julio fuera de cualquier posición interpretativa, y descubre en él una lógica del proceso delirante. Éste nace con el delirio de filiación, donde Julio de modo íntimo y silencioso va inventando una familia, una paternidad, un modo de transmisión, una elección, todo ello al modo de la religión. Cuando este delirio fracasa el intento es crearse un mundo, una sociedad donde pertenecer, y su delirio ya es maníaco persecutorio donde van a predominar los pasos al acto, aparecen los enemigos y Julio va a ser el representante de la moralidad. Su delirio ya no es teológico sino político.
Fracasado éste ruidosamente se desvela la melancolía, ese padecimiento que subyace en todo trastorno psicótico donde el sujeto vive cortado radicalmente del otro, en el abismo de la imposibilidad de vivir y del empuje a vivir que encuentra su mejor expresión en el imperioso empuje a pensar.
El padecer del sujeto psicótico nos enseña cómo nos construimos los humanos, cómo no podemos vivir en la angustia insondable del vacío pulsional, sin una pertenencia, sin una trama de vínculos donde ir tejiendo las creencias, las ficciones y los delirios colectivos compartidos. En definitiva, cómo vamos incorporando y aceptando la mentira, la impostura, el daño y la complicidad a cambio de asegurarnos un lugar en el otro y en el mundo.
El analista de Julio, fiel a su propuesta de una clínica del sujeto, opta por escuchar al sujeto del delirio, por no anestesiar al psicótico con los psicofármacos, pero no ignora lo imposible de nuestra profesión. Y afirma: “…el psi vive en la paradoja de quien por un lado representa, como su delegado, el orden social, y por el otro, ha de proteger al sujeto puesto en cuestión”. Esta paradoja muestra su aspecto más radical cuando comprobamos que nuestro orden social confunde al sujeto con el ciudadano, cuando lo que nos demuestra el psicótico es que sujeto y ciudadano no coinciden.
Una enseñanza fundamental, que se deriva claramente del testimonio de Julio Fuente y que muy acertadamente recoge el análisis de Francisco Pereña, nos indica que debiéramos abandonar la posición de “expertos”, proveernos de humildad en nuestra tarea a la hora de atenderles, preguntarnos una y otra vez por nuestra propia impostura, aún dentro de la impostura, y conocer nuestra propia imposibilidad, “entre otras cosas, de cambiar el mundo o legislar sobre cualquier otro”.
Gracias Julio, gracias Francisco.