Hemos leído: “La expropiación de la salud” de Juan Gérvas y Mercedes Pérez-Fernández

Reseña de Alberto Ortiz Lobo publicada en el Boletín AMSM Nº 39 Otoño 2015

La expropiación de la salud
Juan Gérvas y Mercedes Pérez-Fernández
Los libros del lince. Barcelona, 2015

GervasYa han pasado 40 años desde la publicación de Némesis médica, el libro donde Iván Illich describía los daños que produce la medicina industrializada. Illich exponía que la medicina había rebasado sus límites tolerables y producía más daños clínicos que beneficios, enmascaraba las condiciones políticas que minan la salud de la sociedad y expropiaba el poder del individuo para curarse a si mismo y para modelar su ambiente. Si Iván Illich levantara la cabeza, tal vez no podría creer hasta qué punto su análisis era tan providencial y certero y sus críticas tan presentes.

Juan Gérvas y Mercedes Pérez-Fernández dedican su texto a ahondar, concretar y actualizar el análisis de Illich. En sus páginas desvelan la dinámica de poder que nos convierte, a los ciudadanos, en dependientes de una medicina desaforada, arrogante e inhumana. Una medicina que ha sacralizado el cientifismo positivista fundamentado en los ensayos clínicos financiados por las industrias y empresas del sector sanitario y que da lugar a una práctica basada en un uso compulsivo de la tecnología. El ejercicio de una práctica clínica armoniosa, humana, que considere la singularidad del paciente ha sido arrollada por el empleo de protocolos de prevención, diagnóstico y tratamientos, en una espiral de intervencionismo sin límite que daña y no deja espacio para la salud ni para la posibilidad del autocuidado. En cierto sentido, los médicos son los ejecutores de la expropiación de la salud de los ciudadanos al someterse al poder financiero (y también político) que determina “científicamente” que hay que vacunarse de la gripe, tomar antidepresivos si se está triste o hacerse citologías anuales.

La expropiación de la salud parte de una perspectiva dicotómica del concepto salud/enfermedad que resulta muy provechosa para ampliar esta última hasta límites insospechados. La normalidad es redefinida por la medicina, queda descontextualizada de las circunstancias particulares de cada persona y desde aquí se incrementa la necesidad de consultar ante cualquier malestar. Asimismo, se reivindica un derecho a la salud como si fuera una mercancía que se puede comprar y no un producto social (con sus componentes sociales, políticos y comunitarios) que generamos entre todos y que todos disfrutamos.

El diagnóstico clínico se ha convertido en nombrar, con un título de enfermedad, cualquier signo, factor de riesgo o malestar, e incluso su ausencia, en los cribajes. Ya no se trata de un proceso global e integrado que contempla la perspectiva del paciente y su subjetividad, sino una tarea fragmentada, eminentemente tecnológica y dirigida al cuerpo y la enfermedad (no a la persona y su experiencia). La tarea del médico ya no es responder al sufrimiento humano sino la búsqueda heroica de una etiqueta que en muchas ocasiones produce una preocupación y temores injustificados y genera una cascada innecesaria de pruebas, intervenciones y tratamientos que provoca muchos más daños que beneficios.

El sufrimiento se ha convertido en una enfermedad sin significado que hay que extirpar y su medicalización deja inermes a las personas para poder darle un sentido y buscar la mejor manera de superar las adversidades. El espejismo que se comercializa a través de la tecnología sanitaria es una felicidad permanente y eterna, porque la muerte ya no es el inevitable final de una vida llena de contenido, contexto, valores… sino un fracaso de orden mecánico. El hospital y sus unidades de cuidados intensivos han expropiado el proceso de la muerte del ser humano y lo han convertido en el fallo de una máquina corporal que se puede reparar hasta el último momento con la ayuda de otras máquinas y donde la dignidad y la subjetividad del paciente quedan relegadas por los fríos parámetros de la tecnología científica.

La medicina puede procurar un extraordinario bienestar a los ciudadanos cuando se ejerce de forma prudente, respetuosa y humana. Sin embargo, cuando los intereses comerciales y políticos condicionan una práctica desmesurada, entrometida y cosificadora se vuelve peligrosa y dañina. De todo esto, y de mucho más, nos hablan Juan Gérvas y Mercedes Pérez-Fernández en su libro, imprescindible para los profesionales sanitarios y muy recomendable para todos los ciudadanos en cuanto pacientes. La profundidad de su discurso y la dramática trascendencia que conlleva, se conduce mediante un análisis crítico y razonado del funcionamiento de la práctica asistencial cotidiana, fundamentado en los datos incontestables e ilustrado con la crudeza de las viñetas clínicas. Pero precisamente estos ejemplos de la cotidianidad asistencial, son los que también nos movilizan a pensar con optimismo que otra atención sanitaria es posible…

Alberto Ortiz Lobo

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