Antonio Ceverino
Psiquiatra, CSM Hortaleza. Sección de Psicoanálisis de la AEN
” Sexualidad y violencia. Una mirada desde el psicoanálisis”. Luis Seguí. Xoroi ediciones. Madrid, 2021.
“Se empieza con las cosquillas y se acaba en la parrilla.
Eso es también el goce”
Jacques Lacan. El Seminario. Libro 17: El reverso del psicoanálisis
Puede afirmarse sin temor a equivocarnos que el último libro de Luis Seguí hace serie con los dos anteriores, con los que viene a constituir una suerte de trilogía. El primero, “Sobre la responsabilidad criminal”, trataba de arrojar luz “con la lámpara del psicoanálisis” (como destacaba en el Prólogo José Mª Álvarez) a cuestiones relacionadas con la criminología y la responsabilidad subjetiva; y, el segundo, “El enigma del mal”, abordaba el mal como problema filosófico y social, universal y transhistórico, pero a la vez inefable e inaprensible, y cuya lectura resultaba en la doble conclusión de la impotencia del saber para captar su origen y de que el exterminio del mismo es imposible.
En esta ocasión, en “Sexualidad y violencia. Una mirada desde el psicoanálisis”, editado por Xoroi y flanqueado por textos de Rosa López (en el Prólogo) y Vicente Palomera (en el Epílogo), el autor se ocupa de las coordenadas sociales y subjetivas de los actos violentos contra las mujeres que tienen que ver con la sexualidad, del rechazo a lo femenino en la historia del pensamiento y las religiones, y de la impotencia de la ley y las instituciones frente a esta pulsión destructiva.
La posición singular que ocupa el autor tanto en el discurso del psicoanálisis como en el discurso jurídico, además de prestarle a su escritura un estilo inconfundible, le permite transitar por las distintas disciplinas y campos del conocimiento que han tratado de cernir ese real imposible de pensar: la historia, la política, la teología, el derecho, la filosofía… todas ellas iluminadas por las aportaciones del psicoanálisis de Freud y Lacan.
Apoyándose en las investigaciones de Gerda Lerner (historiadora judía nacida en Austria que desarrolló su trabajo en Estados Unidos, donde fue investigada por el comité de actividades antiamericanas) analiza el concepto de patriarcado, que la citada historiadora remonta al origen del Estado y al surgimiento de los monoteísmos patriarcales, que relegan el poder de la diosa madre y su función en el control de la fertilidad, demonizan la sexualidad femenina y excluyen a las mujeres de la alianza simbólica entre dios y la comunidad. Reconocer el carácter histórico del patriarcado, obliga al autor a admitir, al menos como hipótesis, que no tiene por qué durar eternamente…aunque cueste más imaginar la clausura del mismo que imaginar el fin del mundo (como ocurre con otra construcción cultural hegemónica de nuestros días: el capitalismo)
Esta ideología de la superioridad masculina sobre la mujer no es sostenida solo por los sacerdotes mesoasirios ni los protojuristas del Código de Hamurabi, sino que atraviesa, como un rayo, toda la historia del pensamiento, en un recorrido donde el autor hace comparecer a Aristóteles (“la mujer es un varón fallido cuya mayor virtud era permanecer callada”), Séneca, (“cuando una mujer piensa a solas, piensa mal”), Terencio (“en lo intelectual, las mujeres son como niños”), Agustín de Hipona (“el Diablo tentó a Eva y no a Adán porque sería más crédula y fácil de seducir”), los inquisidores dominicos Heinrich Kramer y Jacob Sprenger que publicaron en 1487 “El martillo de las brujas” (“toda la brujería se origina en el apetito carnal, que en las mujeres es insaciable: adúlteras, fornicadoras y concubinas del demonio”), y otros autores que harían palidecer a los guionistas de la serie de HBO “El cuento de la criada”.
A pesar de los indudables avances civilizatorios y de la vitalidad del movimiento feminista, este siniestro episodio histórico de la caza de brujas –que, por lo general, no eran sino pobres mujeres que actuaban fuera de norma- alcanza hasta nuestros días en la dramática realidad del feminicidio: hombres que asesinan a sus parejas o exparejas, a veces quemándolas, como a las brujas en el medievo, para dejar su “marca” en el cuerpo del otro.
En el segundo capítulo, donde aborda el tema de la diferencia sexual, el autor avanza algunas hipótesis sobre esta lacra apoyándose en las fórmulas lacanianas de la sexuación y el concepto de goce, que es el agujero negro alrededor del cual gira todo el ensayo. Al fin y al cabo, como recuerda Rosa López en el prólogo, eso tienen en común el Psicoanálisis y el Derecho: la pregunta por el goce, ¿cómo hacer con el goce? La imposibilidad de la relación sexual -por la asimetría radical del goce de unos y otras- solo puede suspenderse contingentemente en la experiencia amorosa, con la condición de que el hombre “no quiera saber demasiado” del goce enigmático de la mujer, porque entonces el amor puede devenir en odio hasta el punto de aniquilarla para arrancarle el secreto. En otras palabras, en las del autor: El amor no puede contra el odio. El odio es más antiguo que el amor y hay, además, en él una certeza de la que carece aquel.
Esta sería, por decirlo así, la primera de una larga serie de conclusiones pesimistas del libro, las “malas noticias del psicoanálisis”, en las antípodas del “moralismo optimista” que denunciaba Lacan en el seminario de la Ética. Otra más: Las pulsiones son más fuertes que las ideas. Y otra: Hablando no se entiende la gente. Y, la última: La ley se muestra impotente para regular el goce. Así se demuestra en el hecho de que, a pesar de todos los esfuerzos legislativos y el compromiso de la sociedad y los poderes públicos, la violencia machista parece incluso recrudecerse, quizás como reacción de hombres inseguros, desvirilizados hasta el punto de que solo con la violencia pueden recobrar su deseo, exasperados ante las conquistas de las mujeres en el campo de la igualdad, o enloquecidos ante la amenaza de pérdida del objeto… A algo parecido se refería Beatriz Gimeno cuando en un reciente artículo hablaba de las masculinidades heridas por inseguridades vitales profundas y por la pérdida de sentido que han generado en todo el mundo las políticas neoliberales y cuyo resultado es una reacción misógina global. Que los hombres ya no tengan un trabajo seguro y un salario suficiente para mantener a una familia, quiebra los roles y biografías masculinas de una forma que ha llegado a compararse a una auténtica emasculación simbólica.
Así, cuando las mujeres exigen derechos y estos empujan privilegios masculinos que muchos hombres perciben como parte del orden natural del mundo, surgen discursos neofascistas que ofrecen un relato victimista en el cual los hombres pueden expresar lo que sienten como una amenaza a su masculinidad.
El libro de Luis Seguí ofrece un amplio abanico de hipótesis para el feminicidio en el capítulo dedicado a la criminología lacaniana, donde recuerda que, caso por caso, el desafío del psicoanálisis es buscar al sujeto que se esconde tras el acto criminal, ayudarlo a inscribir el mismo en su propia historia y a hacerse cargo de él, y aquí señala el valor de guía en la clínica de un afecto fundamental: la vergüenza. De olvidarnos del sujeto, su estructura y las contingencias que desencadenaron el pasaje al acto, corremos el riesgo de caer en las tradicionales tipologías de maltratadores o violadores que deshumanizan al criminal, o en un furor punitivo que solo conduce a la impotencia y al desánimo.
El goce, en tanto toca lo real, es siempre fuera de norma. No hay ley que lo contenga. Esta impotencia de la ley ante el goce también la muestra el autor en la inextinguibilidad de la violencia y la guerra, que tienen también (cuando no bastan las identificaciones) una función de cohesión social. Es más, precisamente el crimen (siguiendo a Freud en “Tótem y tabú”) está en origen de la Ley Universal, y “el derecho fue en su origen violencia bruta” (en palabras de Walter Benjamin). Si la violencia es inerradicable, es razón precisamente de aquello que nos hace humanos: perdido. “Nada más humano que el crimen” resuena en las palabras de la introducción del lenguaje, y la pulsión que resulta de la perversión por este del instinto natural irremediablemente Miller como un eco del libro anterior de Luis Seguí. Si el proyecto ilustrado pensó que la cultura, la educación y las leyes que regulan nuestra convivencia podían domeñarlas, las portadas de los periódicos cada día muestras que las pulsiones destructivas pueden desencadenarse en cualquier momento. Y ciertas iniciativas en la lucha contra el crimen y la violencia con frecuencia producen, como un estrago, un mal mucho mayor que el que pretendían erradicar: el retorno de una voluntad de goce de los dioses oscuros. Una paradoja que puede ser examinada a la luz de conceptos del psicoanálisis como la pulsión de muerte o el superyó, o mediante una lectura de “El malestar en la cultura”, el relato freudiano sobre el paso del estado de naturaleza a la cultura.
El autor se adelanta a las críticas al binarismo sexual cuando aborda el concepto de género y lo que se ha dado en llamar “la implosión del género”, una pluralización de posiciones sexuadas que dinamitan las categorías de lo masculino y lo femenino. Este cuestionamiento radical (que desde finales de los 80 del siglo pasado vienen haciendo los estudios queer) de las nociones de normalidad aplicadas a la sexualidad no es ajeno al psicoanálisis, desde sus inicios, en un largo trayecto que se inicia en los “Tres ensayos para una teoría sexual” de Freud, hasta las fórmulas lacanianas de la sexuación. Si la heterosexualidad como práctica dominante se ha erigido en la norma desde la que se patologiza a las otras prácticas sexuales, no ha sido con la complicidad del psicoanálisis: Lacan señala que la sexualidad es intrínsecamente perversa, y separa el deseo de la heterosexualidad como norma, porque este no está orientado por el género del partenaire elegido sino por el objeto a, en su función de causa, o como agalma en la experiencia amorosa. No hay saber sobre la sexualidad, y precisamente el inconsciente, que no puede ser asimilado ni a lo biológico ni a lo cultural, es el índice del fracaso de ambas instancias para determinar la posición sexuada.
La advertencia de Eric Laurent de que usar el poder del significante (como en el lenguaje inclusivo) con la intención de neutralizar las diferencias no es sino una manera de velar la no-relación sexual, entra en el debate de quienes recuerdan el carácter performativo del lenguaje, y la decisión “política” de dar visibilidad mediante las palabras a lo invisibilizado, a lo rarito, a lo prohibido. Es imposible no recordar la cita de Freud que Luis Seguí estampa en la primera página de este libro: “Primero uno cede en las palabras y después, poco a poco, en la cosa misma”.
Como en su libro anterior, dividido entre una primera parte expositiva y una segunda parte especial, “Sexualidad y violencia” recoge en los capítulos del 5 al 9 otros tantos casos penales, bien conocidos en su mayoría. Entre ellos la violación múltiple de una joven de 18 años el 7 de julio de 2016 en Pamplona durante la fiesta de los Sanfermines (el llamado caso de “la manada”); el homicidio en el 2008, coincidiendo con la misma festividad, de Nagore, una estudiante de enfermería de 20 años, a manos de un médico residente de Psiquiatría; el secuestro y posterior asesinato de la joven Diana Quer (de 18 años) por José Enrique Abuín (apodado “el chicle”) la noche del 22 de agosto de 2016 en el pueblo coruñés de A Pobra do Caramiñal; el filicidio el 4 de marzo de 2019 de dos menores (de tres años y seis meses) por su madre en la localidad valenciana de Godella; el secuestro y violación continuada durante ocho años de Natasha Kampush en un pueblo cercano a Viena a manos de Wolfgang Prikopil, que finalmente se suicidó tras la fuga de aquella; y, por último, el caso de Josep Fritzl (el llamado “monstruo de Amstetten”, una pequeña ciudad austríaca) que comenzó a violar sistemáticamente a su hija de 11 años a partir de 1977 y lo siguió haciendo durante el secuestro a que la sometió en un habitáculo minúsculo practicado en el sótano de la vivienda que compartía con su esposa, desde el año 1984 y durante 24 años más, periodo en el que la infortunada víctima tuvo siete hijos (uno de ellos fallecido al poco de nacer).
Todos estos casos son descritos por Luis Seguí minuciosamente desde el punto de vista jurídico y criminológico, y analizados utilizando las categorías del psicoanálisis, un auténtico viaje en el tren del terror al costado más siniestro de la sexualidad y la muerte.
Como si no tuviera bastante el autor con habitar ese intersticio de encuentro y desencuentro que se abre entre el Derecho y el psicoanálisis, se atreve (en las últimas páginas) a adentrarse en otro territorio sembrado de malentendidos históricos que es el que hace frontera entre el psicoanálisis y los feminismos. En este particular, y, tras una revisión de la subordinación y el sometimiento de las mujeres a lo largo de la historia, Seguí toma partido y la palabra en los dos debates político-jurídicos abiertos hoy en España sobre la sexualidad: La calificación jurídica del concepto del consentimiento (que para algunos autores –al hilo del caso Weinstein y el movimiento Me Too- ha propiciado una “política de la sospecha” y cierta judicialización del deseo sexual) del proyecto de Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual, y el conflicto abierto entre el feminismo radical clásico y los transfeminismos (representados en la distinción de Christiane Alberti entre “feminismo político” y “feminismo de los cuerpos”) debido a la propuesta de Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans que consagra la “audeterminación de género”.
Aunque es bien conocida la diferencia que hay entre el género de la reseña y la crítica de un libro, nos sentimos autorizados a aventurar que su posición en este terreno patrullado por los “vigilantes de la corrección política” no va a dejar indiferente a gran parte del público lector, por cuanto no busca la complicidad del mismo por la vía de la identificación. Será muy interesante comprobar la recepción que encuentra, y la discusión que se genere en las sucesivas presentaciones de “Sexualidad y violencia”.
No obstante, el pesimismo que rezuman sus páginas con respecto a cualquier ilusión de armonía y bondad, el libro no defiende ni un paso atrás: decididamente y con la mayor energía “el machismo y sus derivadas agresivas y violentas deben ser combatidos.”
BIBLIOGRAFÍA
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