“Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero nada teníamos; íbamos directamente al cielo y nos extraviábamos en el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.”
Charles Dickens. Historia de dos ciudades (1859)
Ha terminado por fin 2020, el año que cambió todo, que nos cambió a todos. El año en el que tuvimos problemas nuevos, como el SARS-CoV2, la soledad del confinamiento o la escasez de respiradores, pero en el que los problemas de siempre, como la pobreza, la desigualdad, o la exclusión dañaron más que nunca. El año en el que una y otra vez se habló de salud mental augurando que, tras las curvas de neumonías, ingresos en UCI y muertes vendría otra curva, una peor, una temible avalancha de malestar en forma de consecuencias a largo plazo de la pandemia, con una gráfica escalofriante donde los trastornos mentales crecían hasta la asíntota sin posibilidad de descenso.
De la noche a la mañana se transformó el sistema sanitario, ese sistema del que llevábamos décadas escuchando que no tenía más capacidad de transformación porque en los sistemas públicos no existe el “se hace, se puede”. Hasta que hizo falta y entonces se hizo y se pudo. También de la noche a la mañana se transformó la red de rehabilitación psicosocial. Separamos ambas transformaciones en dos frases distintas, aunque sucedieran a la vez, aunque sucedieran por lo mismo, porque la pandemia demostró lo que ya sabíamos, que pese a la buena voluntad, las dos redes están separadas. Por su diseño, por su forma de funcionar, por ese lugar de complementariedad subsidiaria que tiene la red de atención psicosocial, por ese sobredimensionamiento de lo tecnológico y hospitalario que tiene la red sanitaria. Nos transformamos unos y otros sin poder acompañarnos, sin poder aprovechar para arreglar problemas estructurales, sin poder refundarnos ni rescatar esa vocación comunitaria que siempre hemos querido tener, pero nunca hemos terminado de conseguir. Hemos trabajado estos meses en un análisis de esa respuesta que supone el plan COVID, que podéis leer en este número, pero sabemos que volveremos una y otra vez a 2020 para mirarnos, entendernos y construirnos.
Aunque no supiéramos acompañarnos como habríamos necesitado, ambas redes, sanitaria y sociosanitaria compartimos con el resto de organismos que trabajan para la salud comunitaria, desde la Atención Primaria a las asociaciones vecinales, la misma conclusión: la pandemia nos ha dañado a todos pero ha golpeado con más fuerza y crueldad a quienes ya estaban excluidos de una u otra manera. Siempre lo hemos sabido y defendido y pese a ello volvemos a encontrarnos con políticas que no sólo no resuelven las desigualdades, sino que las mantienen o acrecientan. Mientras llegan, si lo hacen, remedios técnicos concretos (sean vacunas, psicofármacos, psicoterapias o intervenciones comunitarias) necesitamos más que nunca políticas que mejoren las condiciones de vida de las personas[1]. Sólo así disminuirá de verdad el sufrimiento, físico y mental. Virchow y Rose están más vigentes que nunca. Y sin embargo a medida que nos acostumbramos al mundo postcovid, más se perfila que, si no lo reencauzamos, los recursos irán una vez más a poner parches, medicalizar la tragedia y apagar fuegos mientras las desigualdades sociales se hacen cada vez más insalvables. No sólo en salud mental, aunque todo repercuta en la salud mental. Cuando escribimos este texto, en la ciudad de Madrid cerca de 1200 familias llevan más de cien días sin luz eléctrica, ante el silencio de las administraciones; incluso pese a haber tenido que afrontar sin ese suministro básico las nevadas más intensas en décadas. Nadie en el s. XX hubiera pensado que bien avanzado el s. XXI íbamos a ver a niños ingresando en hospitales con síntomas de congelación porque se les niega la luz eléctrica. En aquel 2020 aciago constatamos que ni una sola conquista podía darse por hecha.
Ha terminado también, no solo 2020, sino el periodo de esta junta directiva. Comenzamos nuestra andadura pensando que vivíamos un momento histórico difícil para los servicios de salud mental. Una etapa en la que era imprescindible una evolución de los servicios; tanto para rescatar la vocación comunitaria que siempre quisimos, pero nunca terminamos de conseguir, como para transformar unos servicios acostumbrados a suplir con coerción y paternalismo la falta de medios y capacidad para hacer un acompañamiento respetuoso con los derechos humanos. A la vez, esos servicios que necesitaban recuperar su vocación inicial y mejorar en su funcionamiento debían hacer frente a casi una década de recortes y desmantelamiento. Conjugar todos esos factores y ofrecer a todos los profesionales de la salud mental un espacio de reflexión y aprendizaje con capacidad de autocrítica, pero también propositivo y constructivo se nos antojaba difícil.
Este 2020 nos ha hecho redefinir nuestro concepto de momento histórico difícil. Las preocupaciones y prioridades que teníamos en 2018 se mantienen. Seguimos considerando necesarias esa consecución, esa transformación, esa reivindicación. Nos enfrentamos a un periodo que empieza en un mundo donde la normalidad es nueva, donde el miedo y la solidaridad tienen nuevas caras, donde “salud mental” significa una gráfica terrible de secuelas que vendrán. Pero también es un mundo en el que hemos visto con nuestros propios ojos cómo de la noche a la mañana sucedía lo impensable y se transformaba lo que no se podía transformar. No vamos a olvidarlo.
Las desigualdades no son nuevas. Ni las pandemias. Ni las instituciones que no son capaces de llegar a donde deberían. 2020 nos enseñó que el s. XXI no es tan distinto a los siglos anteriores como creíamos. Y esto es así para los conflictos, pero también para sus soluciones. En 2019 una nueva Alma-Ata, una nueva reforma, parecían impensables. Ya no.
Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos.
Junta AMSM
[1] A este respecto recomendamos encarecidamente la lectura del documento Equidad en Salud y Covid-19, editado por el ministerio de sanidad y disponible en https://www.mscbs.gob.es/profesionales/saludPublica/ccayes/alertasActual/nCov/documentos/COVID19_Equidad_en_salud_y_covid19.pdf