Texto de Helen Spandler
Publicado en la revista Asylum, 23.2 http://www.asylumonline.net
(Traducción: Andrés Suárez Velázquez)
Cuando la revista Asylum vio la luz en 1986 yo estaba inmersa en lo que se conocía como “literatura antipsiquiátrica”. No me involucré en Asylum hasta unos pocos años después, pero ya entonces contemplaba con reticencias el Sistema de Salud Mental.
Mi padre había estado ingresado en el hospital psiquiátrico local, y se encontraba sin trabajo por sus problemas crónicos de salud mental. No creo que su muerte se produjera al margen de la psiquiatría. La relación entre la diabetes y el ictus que sufrió y algunos psicofármacos es bien conocida, y sus quejas somáticas solían achacarse a sus problemas de salud mental. Mi hermano ha tenido contactos periódicos con el sistema psiquiátrico durante unos 30 años -más de una docena de ingresos, la mayor parte de ellos de forma involuntaria, en unidades de agudos e incluso un Tratamiento Ambulatorio Involuntario (N. del T.: en inglés, Community Treatment Order, el equivalente británico). Yo misma he sufrido junto con mi familia y amigos a lo largo de los años. Durante este tiempo he intentado ser una buena aliada, defensora de los derechos de pacientes, profesional de salud mental, profesora e investigadora.
Así que, ¿qué es lo que ha cambiado en todos estos años? Aún creo en aproximaciones alternativas a la locura y el malestar psíquico, pero quiero centrarme en algunas verdades incómodas en relación a las políticas antipsiquiátricas de hoy en día. Después de todo, discutir temas polémicos fue siempre el enfoque de la revista Asylum. Nadie representaba más este espíritu que nuestro co-fundador, el ya fallecido Alec Jenner.
Cuando Asylum empezó, los seguidores de la antipsiquiatría y el movimiento de usuarios/supervivientes que estaba surgiendo estaban, como es natural, concienciando sobre los abusos psiquiátricos. Sin embargo, críticos como Peter Sedgwick ya nos advertían de que los radicales sobre-enfatizaban el abuso psiquiátrico a expensas del uso psiquiátrico. Creo que no le faltaba razón y explicaré por qué.
Nada hay más excitante para un joven radical que desafiar al opresor de turno e identificarse con sus víctimas. Es un buen instinto, incluso si en muchas ocasiones significa simplificar en exceso (en relación a los últimos sucesos relacionados con la transfobia). Los supervivientes de la psiquiatría nunca han sido el grupo oprimido de moda, la psiquiatría como tal sí ha sido una diana fácil: siempre en el punto de mira, etiquetando personas como “locas” o “mentalmente enfermas”, encerrándolas contra su voluntad y dándoles medicación y electrochoques. En este contexto las historias de resistencia son fascinantes: falsear la normalidad, escaparse del hospital, así como otras formas de resistencia psiquiátrica.
Aunque estas historias son seductoras, es posible que estemos entrando en una nueva fase de resistencia psiquiátrica en el Reino Unido. Esto se relaciona con un cambio de paradigma más amplio -de abuso psiquiátrico al abandono psiquiátrico. No estoy sugiriendo que los abusos psiquiátricos ya no sean importantes. Ni que se trate de una falsa dicotomía, es decir, escoger entre enfrentarse al abuso o enfrentarse al abandono. Necesitamos hacer ambas cosas. Sin embargo, creo que este cambio de paradigma es importante para entender en dónde enfocar nuestras energías; para cambiar el futuro necesitamos ver el presente con claridad.
A pesar de temores respecto a una creciente “psiquiatrización” de la vida cotidiana y en contra de la opinión popular, no es tan fácil ser psiquiatrizado hoy en día. En el Reino Unido, al menos, estamos bastante lejos del escenario en el que “decir que tienes voces hará que te encierren”, como inmortalizó el clásico estudio de Rosenhan et al. “Estar Cuerdo en Lugares Dementes”2. Es cierto que hemos contemplado una ampliación de las categorías psiquiátricas y un incremento de la medicalización y del enfoque individual de problemas humanos complejos; este argumento ya lo conocemos.
Pero aun así el etiquetado psiquiátrico no conlleva automáticamente una intervención o apoyo psiquiátricos/psicológicos (al margen de una medicación cada vez más delegada en los médicos de cabecera y gestionada por el propio paciente). Por desgracia, para recibir atención por los servicios de Salud Mental o de Trabajo Social el etiquetado psiquiátrico ahora mismo es condición necesaria pero ciertamente no suficiente. Esto se da especialmente en el caso de un sistema de Salud Mental mal financiado, con recortes de personal y rígido.
Es cierto que las tasas de ingreso y tratamientos involuntarios están en aumento. Esto es muy preocupante, pero debe ser visto en un contexto más amplio. Hoy por hoy es realmente difícil conseguir una cama en una unidad psiquiátrica, más aún como paciente “voluntario”. En ocasiones, los profesionales de Salud Mental pueden sentir que la única forma de asegurar que se provea a un usuario de un recurso de crisis es usar la Ley de Salud Mental. Y, en la misma línea, puede ser dificultoso conseguir una cita con un psiquiatra, o cumplir criterios para acceder a los servicios de Salud Mental. Siempre, claro está, que uno no pague por el servicio en el ámbito privado o que sea considerado como un riesgo serio e inminente para sí o para terceros.
Los Tratamientos Ambulatorios Involuntarios suelen ser vistos como un mecanismo de coerción para que el individuo cumpla con el tratamiento (lo que, por supuesto, son). Sin embargo, hay pruebas de que están siendo utilizados para forzar a los dispositivos a prestar asistencia. En el sistema actual, en el que los trabajadores deben suministrar justificación escrita para mantener la continuidad del cuidado, este tipo de medidas pueden ser utilizadas de forma cada vez más frecuente para poner parches al sistema. Después de una sostenida resistencia a la introducción de Tratamientos Ambulatorios Involuntarios, parece una extraña ironía que su uso estratégico se convirtiera en una nueva forma de resistencia.
Esto me recuerda a los debates sobre los equipos de Tratamiento Asertivo Comunitario (N. del T.: en inglés, Community Outreach Team) en los años 90. Muchos los denominaron de “Tratamiento Agresivo Comunitario” ante la preocupación de que algunos pacientes fueran acosados por profesionales de Salud Mental. Ahora es difícil encontrarse a un profesional de Salud Mental, aún más ser visitado por uno. Todo esto significa que en lugar de encontrar la resistencia en el “falsear la normalidad” (por ejemplo, en relación a favorecer un alta hospitalaria), nos enfrentemos con la perversa situación en la que las personas puedan tener que exagerar su locura y hacer hincapié en su peligrosidad para poder acceder y mantener servicios de Salud Mental. Esto es muy preocupante.
Los años 70 y 80 estuvieron marcados por la creación de sindicatos y comités de pacientes en hospitales psiquiátricos, muchas veces para solicitar las altas o para protestar contra el confinamiento y los tratamientos. Ahora, grupos de usuarios se encuentran luchando para mantener plantas psiquiátricas abiertas e incluso solicitando ingresos y tratamientos. Si bien esto no es nuevo -en ocasiones grupos de usuarios lucharon también para mantener abiertos los antiguos hospitales-, la situación es cada vez más amargamente irónica. Algunos argumentan que estos grupos de usuarios son retrógrados, provincianos y tienen “falsa conciencia”. Aún así, sin ninguna alternativa genuina al sistema de Salud Mental dominante, especialmente en los momentos de crisis, no es sorprendente que algunos usuarios parezcan pedir más en vez de menos psiquiatría.
El actual movimiento de usuarios/supervivientes está dividido en estos temas. Mostrándolo crudamente, algunos creen en la abolición del sistema psiquiátrico y perciben en cualquier recorte en la provisión de recursos psiquiátricos un paso adelante en la lucha por la liberación. Otros piden más y mejores servicios de psiquiatría. Muchos están de acuerdo en que harían falta más apoyo y comprensión y alternativas reales. Claro que el movimiento de usuarios/supervivientes ha solicitado de forma consistente alternativas. Hay un número de desarrollos prometedores a este respecto en el Reino Unido, como Soteria y algunas iniciativas lideradas por supervivientes. Sin embargo, estos proyectos habitualmente requieren de los constantes esfuerzos de unos pocos, permaneciendo invisibles para la mayoría.
Es fácil decir “basta con escuchar a los usuarios y supervivientes”. Sin embargo, con esta diversidad de puntos de vista y de experiencias, no es suficiente con prestar atención a aquellos a los que apoyamos. Es necesario escuchar con calma y profundidad -a aquellos que quieren abolir la psiquiatría, y a los que quieren mantenerla y mejorarla. En el fondo, sospecho, no están tan lejos unos de otros.
Hace 30 años estábamos debatiendo acerca de los cuidados postmanicomiales. ¿Cómo sería la red comunitaria? ¿Sería adecuado? ¿Qué podemos aprender de la experiencia italiana en la “Psiquiatría Democrática”? Quizás estamos ahora en una fase de cuidado “post-comunitario”. Si la era manicomial significaba abuso psiquiátrico, ¿será la era de la recuperación sinónimo de abandono psiquiátrico? Ciertamente recuperación (recovery) cada vez se usa más como una justificación para no ofrecer apoyo y servicios comunitarios.
Puede que quizás, solamente quizás, esto no sea algo malo. Quizás, como el título del libro de Liz Sayce, es parte de una progresión “de paciente psiquiátrico a ciudadano”. Después de todo, gente como Franco Basaglia argumentaba que los dispositivos comunitarios son solamente un paso transicional en el camino hacia la igualdad completa y la liberación. Quizás nos forzará, como sociedad, a verdaderamente abrazar la locura y la angustia. Quizás los usuarios supervivientes serán libres para desarrollar sus propios sistemas de apoyo, lejos de la psiquiatría estatal. Con suerte veremos una proliferación de genuinas “alternativas”.
En lugar de ser expulsada hacia los guetos de salud mental, quizás la locura sea popularizada (como casi todo en estos tiempos). Puede que este sea el culmen ideal del proyecto neoliberal. O quizás es el verdadero significado de la “locura el mercado”: cada uno a lo suyo, sin responsabilidad colectiva con aquellos que lo necesitan. ¿Pondríamos la mano en el fuego al decir que podríamos hacer un mejor trabajo que los profesionales “psi” a los que tan rápidamente condenamos? ¿Tenemos, como individuos, familias y comunidades los recursos, capacidades y humanidad?
No tengo respuestas fáciles. Sé que coexistir con gente que experimenta estados extremadamente alterados, psicosis o pensamientos suicidas es necesario pero nunca fácil. Puede ser cansado, estresante, y muchas ocasiones terrorífico. No creo que esto deba ser fácilmente reducido al “estigma” o al “cuerdismo”. Todo lo contrario; se trata de negociar las complejidades y vaguedades de ser humano. A lo largo de los años, he visto mucha grandilocuencia y muchos posicionamientos radicales, pero (salvo notables excepciones) una atención insuficiente para los desafíos que esta tarea presenta.
Una cosa parece clara. Después de 30 años aún necesitamos foro como la revista Asylum para discutir estos temas tan abierta y honestamente como podamos.
Helen Spandler