Editorial. Boletín N51 primavera 2024

Nos encontramos frente a la interminable estantería de champús del supermercado, sumidas en una especie de laberinto de opciones. Recorremos con la mirada por séptima vez las líneas de recipientes con diferentes combinaciones para pelo liso, seco, rizado, ondulado, encrespado, muy seco, dañado… y toda la gama de productos que definen un problema con el aparente propósito de solucionarlo. Pero el problema es que solamente necesitamos un champú que limpie el pelo. Y sin embargo, hay que elegir. Tras 15 minutos más, finalmente escogemos por criterios que nada tienen que ver con la ondulación o la sequedad. Pero esto nos cuesta 35 minutos de atención.

Decía Simone Weil que la atención es la forma más rara y pura de generosidad. Y tras esos 35 minutos cabe preguntarse dónde la estamos poniendo, y si lo estamos eligiendo así. “No tenemos la opción de elegir, sino la obligación de hacerlo”. Esto es el capitalismo. Competición constante por nuestra atención. Demanda constante. Elección constante.  

Parece que los acontecimientos se han precipitado en los últimos tiempos. En nuestras vidas, en nuestro mundo y en nuestra asociación. Tenemos que decidir dónde ponemos la atención, y no damos abasto. ¿Dónde queda la salud mental? ¿Y la sanidad pública? ¿Y Gaza?

Christophe Dejours, que nos acompañará en las jornadas de la AEN, nos habla sobre la conciencia proximal y distal de las cosas. Discutiendo el concepto de “banalidad del mal”, intenta encontrar una explicación de por qué, en este momento, estamos reproduciendo las mismas dinámicas psicológicas que se producían en la Alemania nazi. En los trabajos, en las ciudades, en la globalidad… Cómo es posible que, de forma colectiva, podamos preocuparnos por nuestro entorno más inmediato, pero extinguir la conciencia un poco más allá. 

Nos preguntamos qué es lo esencial de lo proximal, aquello que realmente sostiene la vida y debemos -pero también necesitamos- hacer, y cuánto hay de distracción dirigida al consumo. Qué de lo que está lejos nos tiene que comprometer para no caer en la normopatía, en lo que Stanghellini llama “el narcisismo de la modernidad tardía”, y cuánto es demasiado.  En la impotencia de resolver esta pregunta, nuestra atención se dispersa detrás de ofertas, informaciones, propósitos, algo se desintegra, perdemos consistencia. ¿Qué es lo que se desvanece? ¿Cómo es que nos desintegramos?

Natalia Ginzburg en su ensayo Las pequeñas virtudes, hablando de la educación de los hijos, hace una diferencia entre lo que serían las pequeñas y las grandes virtudes: el deseo de éxito frente al deseo de ser y saber, la diplomacia frente al amor al prójimo, el ahorro frente a la generosidad y la indiferencia hacia el dinero… Estas últimas, las grandes, estarían enraizadas en un instinto mudo (que se aleja de la razón y del instinto de defensa), que hoy podríamos relacionar con un impulso al cuidado, a perseguir un bien sin recompensa, a lo que ella nombra como el amor a la vida. Las pequeñas, solas, sin estas grandes virtudes, quedan como cáscara vacía, abocándonos al cinismo y al miedo a vivir, privilegiando nuestros intereses privados. Este amor a la vida que toma su más alta expresión como deseo, como capacidad de apasionarse con algo, estará en el centro de nuestra constitución subjetiva. ¿Qué nos ocurre cuando nos enredamos en las innumerables noticias, hileras de champús, notificaciones vibrantes de nuestras apps? Tomando palabras de Margot Rot nuestro deseo se vuelve una brújula rota. Hiperestimulados, atrapados en un circuito de miles de pequeñas demandas y satisfacciones que se consumen velozmente,  el deseo queda entumecido, el amor a la vida desvitalizado  y tras éstos nuestra capacidad de reaccionar y actuar. Nos desintegramos.

Ante la inundación de demandas y elecciones cotidianas, corremos el riesgo de vivir esta incapacidad de llegar a todo lo que querríamos como una falsa competición: descansar o tener ocio, pasar tiempo con personas queridas o manifestarnos, cumplir con nuestro trabajo o denunciar injusticias, sacar nuestras vidas adelante o colaborar en que las de los demás sean un poco mejores. O nos ocupamos de lo nuestro, lo privado, o nos desintegramos intentando sostener mil cosas sin estar verdaderamente en ninguna, y en esta atomización del deseo nos despersonalizamos. Este repliegue no es casual, porque el robo de atención desarma nuestra capacidad de pensar e intervenir en nuestras condiciones de vida. Un día sigue a otro día, y aunque nos parezca horrible sigue muriendo gente en Gaza, y los reels de niños muertos en instagram se mezclan con los de la operación bikini.  Y así seguimos en la lucha para que no se agote nuestra atención y nuestra energía tan cerca de nosotras, por levantar la mirada y resistirnos al secuestro trivial. Por unirnos a otras y seguir hacia esos grandes proyectos que nos mantienen en esta junta. 

Junta AMSM

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